Principios irrenunciables
Mauricio Meléndez Obando
Después de casi tres décadas en el oficio de genealogista, he procurado seguir varios principios básicos que dan sustento a mis investigaciones. Estos se detallan a continuación:
1. El uso de las fuentes primarias en un trabajo genealógico es esencial y obligatorio, tanto para establecer filiaciones correctas como dataciones coherentes.
2. Es fundamental detallar la signatura de cada fuente empleada y el archivo donde fue consultada. Solo si es explícita la fuente y fácil su localización, puedo omitirse (bautismos, matrimonios, etc., porque consta la parroquia y actualmente la localización de estos datos es muy sencilla).
3. El uso de las fuentes secundarias no debe descartarse, pero su inclusión en un trabajo debe hacerse críticamente.
4. No hay que despreciar la tradición oral familiar, pero debe tomarse con recelo y anotarse claramente la fuente de origen de tal tradición.
5. La aplicación del método deductivo se fundamenta en indicios concretos y coherentes, y las proposiciones que se hagan basadas en este método se deben señalar claramente como hipótesis.
6. Al presentar un trabajo genealógico, debe usarse un método sencillo, ordenado y de fácil lectura y comprensión para el lector (es decir, el autor debe ser empático con su posible lector).
7. La redacción debe ser clara, concisa y sin eufemismos, sin rimbombancias, sin sobrecargar de adjetivos innecesarios la redacción.
8. Las personas deben citarse como aparecen en los documentos y no como su descendiente o el investigador quiere o cree que debe ser.
9. Para tiempos coloniales, las categorías sociorraciales (español, indio, negro, mestizo, mulato, zambo, pardo, etc.) y las formas de tratamiento “don” y “doña”, tenían un uso que hoy nos puede parecer “racista” o “clasista” –según cada caso–, pero que dicen mucho de las condiciones en que vivieron las personas en aquella época. Lo mismo aplica para aquellas personas que vivieron en condición de esclavitud. Por tanto, deben citarse cuando así consta en los documentos consultados. Cuando una misma persona recibe categorías o tratamientos diferentes, también debe consignarse esta situación.
10. En los trabajos genealógicos no se debe falsear, alterar, ocultar ni omitir información relevante. En caso de especulaciones, debe advertirse claramente que se trata de ello.
11. Si se quiere trascender el mero dato genealógico, añadir información sobre la realidad social y cultural que vivieron las personas estudiadas enriquece considerablemente la investigación.
12. Cuando se obtiene información secreta o que podría afectar aspectos referentes al honor de las personas vivas (de los últimos 100 años), se recomienda asesorarse con un especialista en leyes. Desde mi perspectiva, todo debería anotarse tal cual, sobre todo en el caso de fuentes serias, pero lamentablemente podríamos vernos expuesto a leyes que protegen la privacidad y el honor (bien siempre intangible y basado en principios aceptados socialmente).
Nuevos tiempos corren
En junio del 2012 tuve el placer de leer las “Conclusiones de la XVII Reunión Americana de Genealogía”, fechadas en Quito, Ecuador, el 25 de setiembre del 2011.
Mi lucha por que en los trabajos genealógicos se siguieran las pautas que he considerado esenciales se intensificaron a partir del 2000, cuando presenté la ponencia “La genealogía hispanoamericana en tiempos de globalización”, en la X Reunión Americana de Genealogía en San José, con un eco relativo en la investigación genealógica costarricense.
En el 2004 propuse, aplicando el método deductivo (Revista de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas 41), una serie de categorías para formular hipótesis de filiaciones: “muy posiblemente”, “posiblemente” y “tal vez”, según la cantidad e importancia de los indicios recabados. No obstante, el eco ha sido tenue y, más bien, a la aplicación de este método se le achacó el término de “genealogía probabilística” por unos pocos que no siguen método alguno en la formulación de hipótesis –que parecen no conocer esta palabra y menos su significado e implicaciones–. El “método” de estos aficionados consiste en dar por ciertas las filiaciones que desean porque simplemente quieren, porque “calza”, según su decir.
Asimismo, ya en julio del 2007 había recomendado a la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas la revisión seria y crítica de todos los artículos publicados por esta institución, para que se corrijan los errores y se especifiquen las hipótesis de filiación presentadas como “hechos comprobados”. Esto ha sido expresado en corrillos desde hace muchos años por diferentes académicos, pero la ACCG es omisa en esta labor que considero fundamental y apremiante, y su responsabilidad ineludible pues fue esta institución la que, con su sello editorial, respaldó tales publicaciones. A las publicaciones impresas de la Academia, ahora hay que sumar las que han subido a Internet...
Para aquellos casos publicados en otros medios, igualmente hará falta que los genealogistas más avezados se unan para hacer un trabajo de purga de todos los mitos y mentiras que siguen publicándose en trabajos genealógicos e históricos en pleno siglo XXI, sin la más mínima revisión de las fuentes. Es una obligación moral con los costarricenses de hoy y del futuro, para que conozcan sus antepasados plenamente documentados y se eliminen del árbol aquellos que no lo son, y en aquellos casos en que se cuenta con indicios para suponerlo, que por lo menos se señale claramente que estos no ocupan una posición firme en el árbol (en algunos casos la rama es tan endeble que puede caer de cuajo ante una revisión somera). Para ello se creó la sección Podando el árbol.
Más recientemente (2012) publiqué el artículo “Genealogías presidenciales. Ascendencia de don José Joaquín Trejos Fernández”, en la revista Orígenes 1, de la Asociación de Genealogía e Historia de Costa Rica (Asogehi), que, además de presentar la genealogía ascendente del presidente Trejos Fernández (1966-1970) –como el título lo indica–, pretende convertirse en una especie de guía didáctica sobre cómo escribir una genealogía ascendente y los principios que deben respaldar un trabajo así. Esta investigación se realizó según los fundamentos que –insisto– he procurado seguir desde mis primeras investigaciones.
Por eso me satisfizo que en otras latitudes de América parecieran haber considerado algunas de mis inquietudes plasmadas en el 2000 en la X Reunión Americana de Genealogía, realizada en Costa Rica, aunque, como suele suceder en los campos del saber humano, es posible que simplemente otras personas llegaron a las mismas conclusiones ante situaciones similares, porque el mal que he señalado y criticado duramente en algunas investigaciones genealógicas costarricenses está igualmente presente en toda América Latina.
Por esta razón me alegró sobremanera la publicación de “Conclusiones de la XVII Reunión Americana de Genealogía” en el Boletín de la Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía N°80, Tercer trimestre del 2011, porque concuerdan (las conclusiones de la primera a la novena) con los principios investigativos que he seguido, lo que indica que actualmente hay una posición general en América acorde con el abordaje científico de la genealogía, abandonando la postura de verla solo como un pasatiempo o medio de complacer vanidades y compadrazgos…
Concuerdo plenamente con las conclusiones referidas a la genealogía, solamente haría una ampliación en la quinta, en lo que se refiere al periodo de vigencia en el uso de don y doña, que para toda Hispanoamérica concluye con la obtención de la Independencia, cuyo año varía según el país; es decir, su empleo acaba con el fin del periodo colonial, que en el caso centroamericano finaliza en 1821, aunque en periodos posteriores volvió a surgir con nuevas características.
A continuación las damos a conocer las conclusiones de Quito 2011, tal como fueron publicadas en el citado boletín español:
Conclusiones de la XVII Reunión Americana de Genealogía
Al término de la XVII Reunión Americana de Genealogía, celebrada en el mes de septiembre en Quito, y a propuesta de la representación argentina, se aprobaron unas conclusiones, que habían sido elaboradas en la IV Asamblea de Genealogistas Argentinos, en el marco de la sesión plenaria final, y que habían sido redactadas por una comisión integrada por las señoras Adriana Valdez Tietjen y Alicia Sosa de Alippi, y por los señores Diego Herrera Vegas y Justino Terán, en lo concerniente a los aspectos genealógicos, y por doña Esther Soaje y los señores Alejandro Moyano Aliaga y Federico Masini, en el campo de la heráldica. Leídas las propuestas ante la XVII Reunión, por don Prudencio Bustos Argañaraz, fueron aprobadas por unanimidad, por lo que se transciben a continuación:
PRIMERA: Las fuentes consultadas en la realización de todo estudio genealógico deben ser sometidas a un severo juicio crítico, que permita corroborar la autenticidad de lo que en ellas se afirma. Eso es particularmente importante en el caso de las fuentes bibliográficas, debiendo evitarse la repetición de errores. En caso de contradicción entre dos fuentes, se debe, en principio, otorgar primacía a la documental sobre la bibliográfica. Idéntico criterio debe aplicarse a las nuevas fuentes informáticas.
SEGUNDA: Las conclusiones extraídas mediante la aplicación del método deductivo deben fundarse en presunciones graves, precisas y concordantes, y ser explicitadas como tales, citándose los elementos de juicio en que se basan. Las hipótesis de trabajo no deben ser expuestas como conclusiones, sino presentadas en tal carácter al juicio del lector, mediante la mención de los elementos que suscitaron su formulación.
TERCERA: Todo trabajo genealógico, sean cuales fueren sus características y el método expositivo adoptado, debe ser armónico, comprensible y de fácil lectura, evitándose las expresiones ampulosas que afecten su sobriedad. En el caso específico de los estudios de linajes deben extremarse los recaudos precitados, facilitando al lector la ubicación de las distintas generaciones, mediante una correcta enumeración correlativa, división en capítulos, uso de mayúsculas u otros procedimientos destinados a preservar su claridad y uniformidad. Con idéntico propósito, se recomienda aclarar su significado al comienzo o a la finalización del trabajo. Se pone énfasis en la conveniencia de incorporar índices onomásticos, sobre todo en caso de los trabajos extensos.
CUARTA: Las circunstancias de tiempo, lugar y entorno socio-cultural, deben constituir elementos integrantes de los estudios genealógicos, toda vez que permiten ubicar a cada individuo o familia dentro del medio en que se desenvolvió.
QUINTA: El tratamiento de don y doña debe reservarse estrictamente a quienes lo utilizaron en sus firmas o lo recibieron por parte de sus contemporáneos. Esta norma es esencial tratándose de personas que vivieron hasta el siglo XVIII, y su inobservancia –tanto al atribuírselo a quien no lo tuvo, como al omitírselo a quien lo recibió constituye un error histórico y genealógico. Cuando un individuo aparezca en distintos documentos con tratamiento de don o doña, y sin él, se recomienda consignarlo expresamente.
SEXTA: El invento o tergiversación de datos resultan inadmisibles en un trabajo genealógico. El ocultamiento y la omisión deben asimismo ser evitados, correspondiendo consignarse toda la información obtenida sobre el tema que se trate, utilizando un lenguaje claro, sin incurrir en eufemismos que favorezcan interpretaciones equívocas. Los ditirambos, el exceso de calificativos y las frases apologéticas no guardan armonía con la sobriedad que debe caracterizar a toda obra del género.
SÉPTIMA: La mención detallada de las fuentes en donde fueron obtenidos los datos que se consignan es una condición imprescindible en todo trabajo genealógico, debiéndose además, en el caso de las documentales, citarse la signatura completa y el Archivo donde se custodia el documento.
OCTAVA: Se recomienda evitar las alusiones a linajes diferentes al tratado, que llevan el mismo apellido y que puedan confundir al lector. Cuando se trate de formulaciones de hipótesis sobre presuntas vinculaciones entre ambos deberá dejarse debidamente aclarado su carácter conjetural.
NOVENA: Cuando en un trabajo genealógico se hagan referencias a los emblemas heráldicos de una determinada familia, el autor se limitará a expresar si dicho linaje hizo uso de tal escudo de armas y se abstendría de hacer referencia a los utilizados por otras familias del mismo apellido, pero sin parentesco comprobado con la familia tratada.
DÉCIMA: La descripción de las armas deberá justificarse señalando sus pruebas documentales: labras en las fachadas de las casas, reposteros, sellos, ejecutorias, certificaciones de armas, etc. y acompañadas de un análisis crítico de las mismas, haciendo constar la procedencia del testimonio. Las certificaciones de los Reyes de Armas sólo nos dan fe de que una persona utiliza unas determinadas armas, pero nunca de las razones de ello o de sus antecedentes históricos, que hay de examinar siempre con prevención.
DÉCIMO PRIMERA: Se debe observar la estricta aplicación de la terminología heráldica, en cuanto a particiones, metales y colores, en la descripción de cualquier emblema de carácter familiar o institucional, ya sea civil, militar o eclesiástico.
DÉCIMO SEGUNDA: Se han de evitar las explicaciones esotéricas o cabalísticas, así como las atribuidas a orígenes mitológicos o bíblicos, que no tienen ninguna base científica. Igualmente al posible simbolismo atribuido a colores y figuras, que suele ser casi siempre inventado muy a posteriori y, por tanto, sin ninguna base científica.
DÉCIMO TERCERA: Se recomienda la participación de heraldistas, así como de las instituciones que los agrupan, en todo proceso de creación de nuevos emblemas heráldicos.
DÉCIMO CUARTA: Se invita a las instituciones a dar a conocer estas normas en sus respectivas publicaciones.
Quito, 25 de septiembre de 2011