Los índices de protocolos de Cartago,
Heredia, San José, Alajuela y Guanacaste
Mauricio Meléndez Obando
Los índices de protocolos fueron producidos por el Archivo Nacional (ANCR), entonces más conocido como Archivos Nacionales, y reúne las transacciones legales –protocolizadas ante un escribano o notario– realizadas en Costa Rica durante el periodo colonial y posindependiente hasta 1850.
Se trata de 11 tomos publicados entre 1904 y 1930 por el mismo archivo. Estas obras institucionales –es decir, no consta en ellas los autores intelectuales ni materiales de ellas– tienen su origen en la intensa labor realizada por don León Fernández Bonilla (1831-1887), considerado el padre de la historiografía en el país, quien llevó a cabo la principal labor de recopilar información y documentos sobre Costa Rica del siglo XIX y anteriores, así como la principal labor historiográfica al escribir sobre los diferentes episodios de la historia patria que hasta ese momento eran desconocidos o poco estudiados.
Suponemos que bajo su dirección se empezó la realización de los índices de protocolos, incluso él mismo debió haber participado, si tomamos en cuenta que uno de los primeros instrumentos por él creados se intitula Índice general de los documentos del Archivo de Cartago, anteriores al año 1850 inclusive. Protocolos. Tomo I (San José, Costa Rica: Imprenta Nacional, 1883), según la investigación Bibliografía Archivística Costarricense 1883-2010 (en imprenta), del archivista Fernando Jaén García.
Habrá que realizar una pesquisa mayor en las memorias publicadas por Gobernación (dependencia a la que pertenecía el Archivo Nacional) o en los archivos internos del ANCR, que podría finalmente determinar la autoría intelectual y material de esta vasta labor que requirió de personal calificado.
No creemos, como afirma Hernán Fuentes Baudrit en su artículo “Bosquejos biográfico-genealógicos” (publicado en la Revista de la Academia Costarricense de Ciencia Genealógicas 30-31, de octubre de 1987, pág. 157 y sigs.), que esta obra fuera elaborada y dirigida desde sus inicios por Óscar Baudrit González (1879-1935), pues él ingresó como funcionario del Archivo Nacional de Costa Rica en 1914, cuando ya restaba publicar solamente los tomos V y VI de Cartago.
Entre 1914 y 1935, don Óscar fue funcionario del Archivo Nacional, donde se desempeñó como jefe de la Sección Histórica y luego como subdirector y director del Archivo.
En cambio, suena lógico pensar que a partir de 1914 don Óscar Baudrit asumió la dirección de la obra, que se terminó en 1930, cuando se publicó el último tomo del Índice de Protocolos de Cartago.
Fuentes Baudrit afirma que en la extracción de la información de los protocolos, don Óscar –quien también hizo esa labor afirma el mismo Fuentes– recibió la ayuda de diferentes personas, entre ellas Juan Rafael Víquez Segreda y Faustino Víquez Zamora, apasionados de la genealogía y parientes suyos (su ayuda, suponemos, habría sido para los tomos V y VI que no se habían impreso).
Nos consta que Cleto González Víquez y Anastasio Alfaro realizaron diversidad de transcripciones de los protocolos coloniales, por lo que suponemos que ellos deben haber participado también en la elaboración de este trabajo.
Así, de momento, podemos suponer la participación de León Fernández Bonilla, Cleto González Víquez, Anastasio Alfaro, Óscar Baudrit González (por cierto, sobrino de don Cleto), Juan Rafael Víquez Segreda y Faustino Víquez Zamora. Muy posiblemente el autor intelectual de este proyecto fue don León Fernández Bonilla.
Sin embargo, insistimos, habrá que investigar en las fuentes citadas, para ver si logramos conocer mejor la génesis de estos importantes instrumentos de acceso a la información, fundamentales para la investigación del periodo colonial y la primera cuarta parte de la época independiente.
¿Qué información incluyen los índices de protocolos?
Esta obra reúne los extractos de los datos básicos sobre las transacciones legales desde 1607 hasta 1850, los protocolos anteriores se perdieron irremediablemente e incluso muchos del siglo XVII de Cartago sufrieron la misma suerte.
Es importante destacar que este trabajo no sustituye la consulta documental, pero facilita la reconstrucción de las genealogías de ese periodo. Es decir, son una fuente secundaria. Mucha gente afirma que encontró un dato en los protocolos, cuando, en realidad, está hablando de los índices de protocolos.
Los índices son bastante precisos en la información extractada, pero igual hay algunos vacíos, errores y omisiones, por esa razón no podrán sustituir nunca la consulta de los protocolos y debe señalarse claramente que la información es tomada del índice y no del protocolo mismo. Además, son un extracto y, como tal, omite información considerada menos relevante –según el criterio de elaboración– que muchas veces puede resultar fundamental para la investigación que se realiza. Los archivistas denominan este tipo de publicación como instrumentos de acceso a la información.
En todo caso, con esto queremos señalar que si para reconstruir una genealogía empleamos los índices –que, insisto, son una fuente secundaria–, debe anotarse claramente la referencia del tomo y de la página.
No obstante, es una obra única en su género que permite conocer las raíces familiares, las prácticas religiosas y otras prácticas sociales, las costumbres, la vida cotidiana, las milicias, el comercio, etc., todo ello mediante la diversidad documental que reúnen los protocolos: testamentos, codicilos, cartas dotales, reconocimientos de hijos, fianzas, compraventa de bienes inmuebles, fundación de capellanías u obligaciones referidas a estas, otorgamiento de poderes, reconocimientos de deudas, transacciones relacionadas con esclavos (compras, ventas, manumisiones, etc.), renuncias a cargos y emancipaciones, entre otros.
En el Archivo Nacional se conserva un juego completo de los 11 tomos, así como un juego de copias en el Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel . Hace 25 años, había también un juego en la Biblioteca Nacional y otros en la biblioteca Carlos Monge Alfaro de la Universidad de Costa Rica. Hoy son ejemplares raros que ni siquiera se ven en las compra-ventas de libros usados.
Esta obra incluye los siguientes tomos:
Protocolos de Cartago
Tomo I (1607-1700), publicado en 1909 por la Tipografía Nacional
Se puede bajar gratis en pdf o consultar en línea en la Biblioteca Digital de la Universidad de California, en Los Ángeles, Estados Unidos, en la siguiente dirección electrónica: http://archive.org/details/indicedelosproto01cost
Tomo II (1700-1725), publicado en 1909 por la Tipografía Nacional
Se puede bajar gratis en pdf o consultar en línea en la Biblioteca Digital de la Universidad de California, en Los Ángeles, Estados Unidos, en la siguiente dirección electrónica: http://archive.org/details/indicedelosproto02cost
Tomo III (1726-1750), publicado en 1911 por la Tipografía Nacional
Se puede bajar gratis en pdf o consultar en línea en la Biblioteca Digital de la Universidad de California, Estados Unidos, en la siguiente dirección electrónica: http://archive.org/details/indicedelosproto03cost
Tomo IV (1751-1784), publicado en 1913 por la Tipografía Nacional
No se halló una versión digital en Internet. Se puede consultar en Archivo Nacional, en Biblioteca Carlos Monge Alfaro UCR y Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel.
Tomo V (1785-1817), publicado en 1918 por la Imprenta Nacional
Se puede bajar gratis en pdf o consultar en línea en la Biblioteca Digital de la Universidad de California, Estados Unidos, en Los Ángeles, en la siguiente dirección electrónica: http://archive.org/details/indicedelosproto05cost.
Tomo VI (1818-1850), publicado en 1930 por la Imprenta Nacional
No se halló una versión digital en Internet. Se puede consultar en Archivo Nacional, en Biblioteca Carlos Monge Alfaro UCR y Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel.
Protocolos de Heredia
Un tomo (1721-1850), publicado en 1904 por la Tipografía Nacional
Se puede consultar en línea, en google, en la siguiente dirección Indice de Protocolos de Heredia.
Procotolos de San José
Tomo I (1721-1836), publicado en 1905 por la Tipografía Nacional
No se halló una versión digital en Internet. Se puede consultar en Archivo Nacional, en Biblioteca Carlos Monge Alfaro (UCR) y Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel.
Tomo II (1837-1850)
No se halló una versión digital en Internet. Se puede consultar en Archivo Nacional, en Biblioteca Carlos Monge Alfaro (UCR) y Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel.
Protocolos de Alajuela
Un tomo (1790-1850)
No se halló una versión digital en Internet. Sin embargo, el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría publicó una edición facsimilar (ya agotada). También se puede consultar en Archivo Nacional, en Biblioteca Nacional, en Biblioteca Carlos Monge Alfaro (UCR) y Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel.
Protocolos de Guanacaste
Un tomo (1756-1850), publicado en 1909 por la Tipografía Nacional
No se halló una versión digital en Internet. Se puede consultar en Archivo Nacional, en Biblioteca Carlos Monge Alfaro UCR y Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel.
Finalmente, fuera de la serie comentada, se publicó el Índice de Protocolos de Puntarenas (1752-1850).
Protocolos de Puntarenas
Un tomo (1752-1850), publicado por el Archivo Nacional en 1981 en edición rústica para uso en la Sala de Consulta Coto Conde.
Esta es la primera página del Índice de Protocolos de Cartago,
tomo I, publicado en 1909, y primero de la serie de 11
que se terminó de imprimir en 1930.
Las genealogías de Alajuela, de Obregón Loría
Mauricio Meléndez Obando
Rafael Obregón Loría nació en San José, en 1911, en el hogar conformado por Miguel Obregón Lizano y Clotilde Loría Iglesias, ambos alajuelenses; don Miguel fue educador y promotor de las bibliotecas nacionales, por eso la Biblioteca Nacional lleva su nombre.
De acuerdo con Leonardo Mata, “desde joven, don Rafael aprendió la geografía, historia y astronomía, hurgando en la gran biblioteca de su progenitor. Su capacidad autodidacta forjó su amplio conocimiento en esos campos, que le mereció el respeto del país, en especial en colegios de secundaria. Por su calidad docente, la Secretaría de Instrucción Pública le hizo Profesor de Estado”.
A don Rafael, se le conoce más como profesor e historiador consumado, sin embargo, una faceta no menos importante es la elaboración de las genealogías de la parroquia central de Alajuela, la de San Juan Nepomuceno, para el periodo 1790-1900.
Este voluminoso y serio trabajo de Obregón Loría estaba en custodia del Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, donde se guardó por mucho tiempo sin darle ningún uso.
Antes de su publicación, uno podía consultar el trabajo de Obregón Loría sin ningún problema en el citado museo (al menos esa fue mi experiencia). El soporte documental que usó don Rafael fueron fichas y estaban ordenadas alfabéticamente y por generaciones.
Lo único que echamos de menos en su trabajo fue la mención de la categoría sociorracial que se daba en tiempos coloniales a las personas (en las partidas bautismales, matrimoniales y de defunción) y que es información vital en la búsqueda genealógica de esa época. Suponemos que Obregón lo omitió pues estas categorías sociorraciales (español, indio, mestizo, mulato, negro, etc.) podían parecer a los ojos de los costarricenses del siglo XX odiosas reminiscencias racistas. Sin embargo, como expliqué en Principios que debe seguir el buen genealogista, para la época colonial son datos relevantes, porque nos permiten ubicar a las personas en el contexto sociorracial en que vivieron.
Posteriormente, la dirección del Museo –entonces a cargo de Raúl Aguilar Piedra–, por sugerencia de Roberto Solórzano Sanabria, tomó la determinación de publicarlas, con la participación de gran cantidad de personas.
El primer tomó salió en 1993, el segundo y el tercero en 1995, el cuarto en 1996, el quinto y el sexto en 1997, y el sétimo en 1999. El tomo sétimo incluye un listado de las mortuales de Alajuela que se custodian en el Archivo Nacional de Costa Rica. Posteriormente se publicó un tomo adicional complementario, que es una edición facsimilar del Índice de Protocolos de Alajuela (1790-1850) del Archivo Nacional.
En cuanto al trabajo de edición de las genealogías (que no estuvo a cargo de don Rafael Obregón), solamente extrañé que escogieran un método que no permite la visión de conjunto de las distintas generaciones porque, partiendo del tronco común, se desarrolla en cada caso toda la descendencia de cada hijo de ese tronco; es decir, está el tronco principal (familia inicial o rama troncal) y luego se desarrolla el hijo mayor (o que se supone mayor) con toda su descendencia, cuando se acaba la descendencia de ese hijo mayor, sigue toda la descendencia del segundogénito, cuando se acaba la descendencia de este, continúa la del tercer hijo y así sucesivamente.
Rafael Obregón Loría (1911-2000).
(Foto: Dirección General de Cultura,
Ministerio de Cultura y Juventud).
No está mal, simplemente que –a mi criterio– no facilita la visión de conjunto de las personas que pertenecen a una misma generación (por más ordenado que esté en cuanto al uso de nombrar claramente las ramas).
Mientras, el método utilizado por monseñor Sanabria Martínez, parte del tronco común, luego desarrolla cada hijo con su progenie (en la segunda generación) y después la de cada nieto del tronco con sus hijos (en la tercera generación) y así sucesivamente, lo que permite ubicar juntos a todos los miembros de la familia que pertenecen a una misma generación: es decir, primero los hijos del tronco (hermanos entre sí, que en el caso de las genealogías de Alajuela también es así en este caso), luego los nietos del tronco (primos hermanos entre sí), después los bisnietos de la familia troncal y así sucesivamente.
Otro aspecto que podríamos señalar como defecto y que aún no comprendemos por qué se hizo así, es la repetición de los errores ortográficos de los apellidos que aparecen en los libros sacramentales: Melendres (por Meléndez), Banegas (por Vanegas), Benegas (por Venegas). No es que esos apellidos tenían esa grafía en aquella época, sino que se trata de errores ortográficos de los amanuenses de esa época, cuyos conocimientos ortográficos solían ser deficientes. De hecho, en cambio, no consignaron Bargas, ni Samora, ni Sumbado, ni Súñiga, porque interpretaron correctamente que son errores ortográficos. Si se quería llamar la atención del lector actual sobre las formas en que aparecían los apellidos en aquellos tiempos, bien se pudo haber citado en la introducción o, con una nota al pie de página en cada apellido, se habría explicado ese detalle.
Obviamente, las genealogías de Alajuela resultan fundamentales para todas las personas que tengan raíces remotas en esta ciudad y, generalmente, para muchas de las personas que proceden de cantones pertenecientes a la provincia del mismo nombre y aquellos de provincias vecinas.
Finalmente, el trabajo que realiza desde hace más de dos décadas el genealogista Gustavo Vargas Quesada sobre diversas parroquias pertenecientes a la provincia de Alajuela (Grecia, Poás, Naranjo, Sabanilla, Sarchí, Zarcero y Villa Quesada –hoy Ciudad Quesada–) y el que lleva a cabo desde hace un cuarto de siglo Ramón Villegas Palma sobre Palmares y Atenas, –ambos miembros de la Asociación de Genealogía e Historia de Costa Rica– serán un complemento que enriquecerá aún más las genealogías de don Rafael Obregón.
Armorial general de Costa Rica
Mauricio Meléndez Obando
Norberto Castro Tosi (1921-1971) fue un gran genealogista e investigador, el segundo más importante de mediados del siglo XX y tras la muerte de Sanabria (1952), el más importante hasta su fallecimiento.
La razón por lo que lo considero el segundo más importante en este periodo se relaciona más que todo con su enfoque elitista de la genealogía (muy centrado en la élites españolas y tangencialmente indígenas), que lo llevaron a estudiar más profundamente a las familias que él consideraba importantes, con lo que relegó a buena cantidad de linajes costarricenses.
Es decir, la importancia del trabajo genealógico de Sanabria respecto del de Castro Tosi es mayor pues abarca a más personas en el pasado, aunque el segundo muchas veces trabajó temas teóricos de la disciplina genealógica, lo cual no hizo el primero.
Además, debemos decir a favor de Castro Tosi que fue un investigador consumado que privilegió la genealogía científica, fundamentada en la consulta documental.
Norberto Castro Tosi (1921-1971).
(Foto: Revista Colección Norberto de Castro, Año I,
Noviembre de 1975, Academia Costarricense
de Ciencias Genealógicas).
Hizo infinidad de publicaciones y dejó algunas obras inéditas, como la que considero su obra cumbre: el Armorial general de Costa Rica.
Ya en otras ocasiones hemos dicho que este trabajo es serio pues Castro Tosi acostumbraba respaldar sus investigaciones con fuentes documentales primarias como lo prueban las referencias que él usaba; sin embargo, como este trabajo pasó por varias manos desde la muerte de este autor el 20 de diciembre de 1971, algunos inescrupulosos introdujeron datos sin el mayor respaldo documental para fines aún no muy claros pero que podemos presumir.
Por esa razón, aquellos datos del Armorial que no dan cuenta explícita de la fuente documental primaria en que se apoya (o en su defecto secundaria) no deben ser considerados por quienes consultan ese trabajo.
Advertimos de esta situación para que quienes lo revisen lo hagan con un sentido crítico y comprendan que aquellos datos sin respaldo documental claramente especificado no son obra de Castro Tosi.
Este autor, pese a su visión particular de la genealogía –con la que no concuerdo– y el haber introducido sistemas de nombrar a personas de formas rebuscadas (aunque existentes en tiempos remtoos), fue un investigador muy serio. Sin duda, el Armorial es su principal aporte a la genealogía costarricense y una obra puesta a disposición del público en el 2002 gracias a la iniciativa de Joaquín Alberto Fernández Alfaro, cuando fungió como presidente de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas –ACCG– (1999-2002). La versión original la custodia la ACCG –pese a que se extraviaron algunos expedientes– y la obra digitalizada se puede conseguir en la ACCG.
Norberto Castro Tosi fue el otro gran ausente de la fundación de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, junto a monseñor Víctor Manuel Sanabria Martínez.
Genealogías de monseñor Sanabria
Mauricio Meléndez Obando
Monseñor Víctor Manuel Sanabria Martínez (1899-1952) es el genealogista más importante de Costa Rica de mediados del siglo XX, tanto por la amplitud de su investigación como por lo novedoso de su abordaje, bastante libre de prejuicios raciales y sociales tan arraigados en la mayoría de los latinoamericanos.
Nos referimos a sus cuatro obras genealógicas: Genealogías de Cartago hasta 1850, Genealogías de Ujarrás hasta 1850 (que anexó a su trabajo de Cartago), Genealogías de San José hasta 1821 y Genealogías de Heredia hasta 1821 (las dos últimas inéditas e inconclusas).
Monseñor Víctor Manuel Sanabria Martínez
(1899-1952), segundo Arzobispo de San José
(1939-1952). (Foto: Archivo Histórico
Arquidioceano Bernardo Agusto Thiel).
Coincido con German Bolaños Zamora (2002), quien lo consideró el “primer genealogista social de Costa Rica”, en el sentido de que fue el primero que incluyó en sus trabajos a todos los grupos sociales de una zona (en este caso Cartago, desde tiempos coloniales, cuando era capital de la Provincia de Costa Rica, hasta 1850). Véase boletín ASOGEHInforma N°1, Año 6 (bájelo en Boletines de Asogehi).
Por supuesto, su obra no está libre de errores y sesgos, pero aún así, considero que es el genealogista más importante de Costa Rica de mediados del siglo XX.
Las Genealogías de Cartago hasta 1850, agotadas desde hace muchos años, pues tuvo una edición limitada, se ha puesto a disposición del público en versión digital gracias a la iniciativa de Roberto Solórzano Sanabria, cuando se desempeñó como presidente de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas –ACCG–, y al trabajo desinteresado de los esposos Francisco Chamberlain Trejos y Yolanda Gallegos Gurdián.
Aunque la versión digital presenta muchos errores “de dedo” en su digitación y también omisiones –porque la ACCG desconoce la importancia del trabajo de edición de una obra–, la facilidad de consulta es incomparable (en algunos casos resulta conveniente cotejar los datos con la versión impresa o la versión original custodiada en el Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel). La obra digital está a la venta en la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas.
Sin restarle méritos a la obra monumental de Sanabria (única en toda Latinoamérica), podríamos decir que las principales carencias y errores de las Genealogías de Cartago hasta 1850 son los siguientes:
1) Omitir a la gran mayoría de hijos de madres solteras, por razones que ignoramos y sobre lo que únicamente podríamos especular.
2) Omitir –o confundir en otros casos– la categoría sociorracial asignada en tiempos coloniales (sobre cuya importancia ya hemos escrito en Principios que debe seguir el buen genealogista).
3) Confundir familias distintas que cita como si fueran una misma o presentar a una misma familia como si fueran dos distintas. En el primer caso parece haberse debido a la falta de un análisis más profundo y detallado de esas familias, lo que se explicaría por el gran volumen de datos que manejó en una época en que no se contaba con la computadora y también quizá porque monseñor Sanabria no cotejaba los datos sacramentales con los datos custodiados en el Archivo Nacional de Costa Rica (solo lo hacía con los índices de protocolos coloniales, que no son fuentes primarias, aunque algunos las tratan como si así fuera).
En el segundo caso (confundir una misma familia como si fueran dos distintas), esto ocurre porque Sanabria no se detenía a analizar casos aislados que, en apariencia, eran personas distintas, pero que él no logró percatarse de la coincidencia –a veces parcial– de nombres y apellidos… Si hubiera contado con la computadora (que permite búsquedas), estamos seguros de que lo habría notado. No obstante, también consta gran cantidad de casos en que él dejaba plasmada su hipótesis sobre familias que aparecen separadas pero que sugiere la posibilidad de que sea una sola.
Por lo demás, este tipo de error no me parece excepcional. En mi experiencia, por ejemplo, en trabajos en etapas preliminares, he confundido familias distintas como si fueran una sola y viceversa, que he podido desentrañar luego de análisis más profundos y comparación documental.
4) Considerar fechas que están algunas veces muy erradas respecto de las fechas reales, para el caso de las genealogías más antiguas del país. Sanabria mismo explica que se basó en el trabajo de Manuel de Jesús Jiménez:
“Porque las fechas del bautismo no coincidían con las del nacimiento, ni mucho menos, en las tablas genealógicas anteriores al segundo tercio del siglo XVIII nos contentamos con apuntar el año del bautismo y prescindimos de la indicación del día y del mes, aunque consten tales datos en los libros parroquiales. Los datos de nacimiento que aparecen en muchas de esas tablas, sin indicación de haber sido tomados de los registros parroquiales, han sido tomados del estudio de don Manuel de Jesús Jiménez” (Sanabria, 1957).
Un método sencillo de búsqueda
Hacia 1986, luego de un par de años de trabajar con las Genealogías de Cartago, logré establecer un método para confirmar cambios de apellido y completar familias que, al parecer, no tenían hijos durante varios años (o de hecho no se consignada un solo bautizo), pero sí hijos que luego se casaban ya adultos. Este método lo compartí con varios investigadores, algunos de ellos compañeros de la Asogehi. Gracias a este método, he podido reunir a familias aparentemente diferentes que en realidad son una sola y separar familias distintas que aparecen como una misma familia.
Este era sencillo y consistía en poner atención a aquellos casos en que la familia troncal no incluía fechas de matrimonio y periodos largos de tiempo sin hijos bautizados, o con pocos hijos bautizados pero sí con muchos más hijos adultos que contraen matrimonio.
Luego, se rastreaba en el tomo correspondiente al apellido de la mujer, para ver si aparecía una mujer del mismo nombre y apellido casada con un sujeto con nombre similar al que aparecía en la familia troncal. Normalmente, con el mismo nombre y con diferente apellido.
Algunas veces se encontraba y se resolvía el caso; no obstante, muchas veces no se encontraba una coincidencia y, entonces, la búsqueda se hacía “a pie”; es decir, se buscaba página por página hasta encontrar a una mujer casada con un sujeto de nombre similar al que se buscaba, aunque con otro apellido.
Por supuesto, luego de mucho investigar en las genealogías, uno se familiarizaba y comenzaba a ver coincidencias, pero para ello pasaba un tiempo considerable.
Hoy, la versión digital facilita este tipo de búsqueda (sobre todo si no son nombres o apellidos comunes) y permite otras que con el método “a pie” eran largas y tediosas.
Genealogías de Heredia y San José
En cuanto a las versiones inconclusas de las Genealogías de Heredia y San José hasta 1821, estas son trabajos en procesos que no pudo terminar monseñor Sanabria, quien falleció en 1952. Estas obras inconclusas e inéditas son custodiadas en el Archivo Bernardo Augusto Thiel y, básicamente, siguen el modelo de las Genealogías de Cartago hasta 1850; solo que en algunas ocasiones, las familias no están totalmente ordenadas y algunas de ellas puede resultar difícil localizarlas. No obstante, son obras fundamentales para las que, lamentablemente, nadie ha mostrado interés real en concluir y publicar.
Finalmente, consideramos pertinente presentar a ustedes en PDF la introducción a las Genealogías de Cartago hasta 1850 escrita por el mismo Sanabria y que le sirvió como trabajo de ingreso a la Academia Costarricense de Historia y Geografía. Monseñor Sanabria fue uno de los grandes ausentes en la fundación de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, al igual que Norberto Castro Tosi.
Las genealogías del Álbum de Figueroa
Mauricio Meléndez Obando
El siguiente extracto fue tomado del artículo “La importancia genealógica del Álbum de Figueroa”, de Mauricio Meléndez, que es parte del libro El Álbum de Figueroa, un viaje por las páginas del tiempo (EUNED, 2011).
José María Figueroa Oreamuno (1820-1900).
(Foto: Archivo Nacional de Costa Rica).
José María Figueroa Oreamuno nació en la ciudad de Alajuela, el 17 de diciembre de 1820; fue hijo de don Antonio Figueroa Álvarez, español natural de las Islas Canarias, y doña Ramona Oreamuno Jiménez, oriunda de Cartago y miembro de una de las familias más conspicuas y poderosas en tiempos coloniales y aun posteriores. Figueroa Oreamuno falleció en la ciudad de San José, el 18 de agosto de 1900.
Figueroa fue un hombre polifacético: viajero incansable, crítico irreverente y anticlerical, se interesó en temas tan diversos como la historia, la geografía, la cartografía, la arqueología, la antropología, la política y la genealogía, todo lo cual se refleja en su obra cumbre, que la tradición bautizó como Álbum de Figueroa.
En esta obra, de 380 páginas, poco más de la quinta parte (22%) está dedicada a la genealogía –de la página 291 a la 376–, lo que evidencia el peso de esta disciplina en sus intereses.
Se extraña una introducción del autor, donde hubiera explicado el método que siguió y del sistema de presentación de su obra, aunque se sabe con certeza cómo elaboró su trabajo.
Pese a ser la obra genealógica más antigua del país, pocos se han referido a ella de manera directa (Sanabria Martínez, 1957, y Valverde Runnebaum, 1977), algunos la han utilizado abiertamente como fuente secundaria de investigación (Norberto Castro en su Armorial General de Costa Rica) y otros la han tomado como fuente sin citarla.
Podríamos especular sobre las razones para tal silencio y subestimación de un trabajo tan importante y sin comparación en todo el siglo XIX para el caso centroamericano. Una de esas razones puede deberse al sistema de presentación de las genealogías, mediante árboles que se cruzan y entrecruzan, creando intrincadas ramas que, para el ojo poco acostumbrado, pueden resultar una maraña de nombres sin orden y concierto.
No obstante, Figueroa siguió un método clásico para presentar el árbol genealógico: casi siempre, en la parte inferior está el tronco originario de la familia que estudia (normalmente conformado por una pareja, aunque a veces incluye tres parejas; es decir, el tronco común y los progenitores de este) y hacia arriba –casi siempre– sus descendientes. Es decir, se lee de abajo hacia arriba siguiendo literalmente las distintas subramas que surgen de ese tronco original (hijos, nietos, bisniestos...).
Ciertamente, como incluye varias familias en un mismo árbol (a veces vinculadas y otras no), seguir las diferentes líneas puede tornarse algo difícil, pero nada que la perseverancia no pueda resolver.
En las genealogías de Figueroa se puede encontrar información diversa de las personas y las familias: nombres, apellidos, apodos, fechas, anécdotas, nacionalidades, acciones heroicas, defunciones, lugares de residencia, profesiones u oficios, puestos o cargos relevantes y hasta defectos.
Por ejemplo, en cuanto a sitios de residencia, los más citados son Cartago, Ujarrás, San José, Heredia y Alajuela. Algunas veces remite incluso a barrios específicos. A veces destaca cuando son de las más antiguas de un lugar.
Aunque indudablemente Figuera debió conocer la diversidad de orígenes sociorraciales de los costarricenses, en ninguna de sus genealogías hace alusión a ello. Quizá el espíritu de la Independencia, que marcó un corte abrupto con el sistema de castas que imperó en la Colonia, marcó profundamente el pensamiento de este autor y sus contemporáneos.
Se debe advertir (como ya lo había hecho Sanabria Martínez, 1957) que manos inescrupulosas alteraron diversos árboles genealógicos, con agregados a tinta o lápiz; algunos totalmente falsos pues la filiación que se da es incorrecta (como el caso de los Madriz Peñaranda) y otros ciertos, pero en ambos casos se afea la obra de Figueroa.
Hay que aclarar que no se encuentran las genealogías de todas las familias costarricenses, pero Figueroa investigó muchas familias de Cartago, San José, Heredia, Alajuela, Ujarrás y hasta algunas que salieron del país (sobre todo establecidas en Nicaragua).
Metodología empleada por el autor
La principal fuente primaria que utilizó Figueroa para la elaboración de las genealogías fue la entrevista, aunque se deduce también que en algunos casos debió haber consultado los documentos que custodia el Archivo Nacional de Costa Rica (fundado en 1881), pues algunas genealogías se remontan a familias tan antiguas como la Calvo (siglo XVII) y otras a conquistadores como Jorge de Alvarado y Juan Vázquez de Coronado (siglo XVI).
Como recurso metodológico, la entrevista permite recoger la memoria familiar o social de las relaciones de parentesco en un momento dado, según la información que el entrevistado maneja como “verdad” y que el entrevistador acepta –o supone– como tal.
Por tanto, en estas genealogías, se presenta un fenómeno frecuente en la historia familiar basada en la entrevista que se debe tener presente: cuanto más atrás en el tiempo estén los parentescos recogidos de la tradición oral, más posibilidades hay de errores, omisiones y tergiversaciones.
Los datos que recopila Figueroa se remontan a veces a periodos tan antiguos como principios del siglo XVIII (y hay excepciones que retroceden hasta la época de la conquista); sin embargo, la mayoría se ubica en la última cuarta parte del siglo XVIII. Posiblemente la consulta a personas ancianas y los apuntes que conservaban algunas familias le permitieron llegar a ese periodo.
Por tanto, consideramos que la fidelidad de la mayoría de los datos que corresponden al periodo de vida de Figueroa (1820-1900) y hasta unos 50 años antes de su nacimiento (1780) son los más fiables y, además, se podrán corroborar muchas de ellas en fuentes documentales hoy de fácil acceso para cualquier interesado; en cambio, los anteriores a 1780 son más susceptibles a presentar inexactitudes.
Así pues, muchos de los errores que se hallan en las genealogías de Figueroa no se le podrían atribuir propiamente a él, sino a las fuentes empleadas. Igual ocurre con las omisiones, pues algunas veces deja en blanco el espacio donde debía escribir algún nombre, quizá porque no consiguió quién le informara sobre la identidad de tal persona.
Se puede conseguir una versión parcial digital del Álbum de Figueroa en el Archivo Nacional de Costa Rica, en Zapote.
En las páginas del Álbum, podemos encontrar historias como la siguiente, que en este caso nos muestra a los frailes franciscanos enfrascados en un pleito por faldas. ¡Lástima que no se sabe quién fue Palillo! ¡Quizá así hoy sabríamos el origen de algunas familias costarricenses!
Un hecho bárbaro
En el Convento de San Francisco de Cartago, llegaba a excusas del guardian y de los frailes una mujer menta[da] Palillo; de esta se enamoraron dos frail[es] a la vez: fray Julián España y fray Jacinto Ma[es]t[re]; parece que la muchacha correspondía a los dos, y una noche se fue un fraile al cuarto de uno de ellos y coge al otro fraile infraganti con la Palillo; a consecuencia de esto se formó gran pleito entre los dos frailes enamora[do]s que hacía algún tiempo estaban disgusta[dos por] los celos; el pleito fue tan reñido que causó tal escándalo que se recordaron los frailes y fueron a separarlos; el bochinche fue tan fuerte [para] poderlos separar que unos tomaron parte en favor de uno de los contendientes y otros por el otro, y se formó una riña general a tal extremo que le fue preciso al guardián mandar a llamar a las autoridades con el lego fray Manuel Coto; vinieron estas con un guardia y separaron el bochinche, encerrándolos a todos; cada cual en su celda con cerrojo; entregándole las llaves al guardián, el que los tuv[o] nueve días en encierro y ayunando.