Amos y esclavos: las familias Fallas de Costa Rica (1684-1786)
La presidenta de la República, Laura Chinchilla Miranda; Ottón Solís Fallas, fundador del PAC; Yanancy Noguera Calderón, directora de La Nación; el escultor Jorge Jiménez Deredia y Jorge A. Jiménez Ramón, director de MarViva, entre otros, son descendientes de la esclava Dominga Fallas.
A Tatiana Lobo Wiehoff, maestra en muchas formas
Mauricio Meléndez Obando
Hace 20 años se publicó “Dominga Fallas o un siglo de engaños (1684-1786)” –que formó parte del libro Entre dios y el diablo, de Tatiana Lobo (EUCR, 1993)–, historia que escribí precisamente por invitación de Tatiana, a quien conocí algunos años antes en los archivos históricos mientras hacíamos nuestras investigaciones.
Ese fue mi primer artículo genealógico impreso y por eso lo celebro con esta curiosidad genealógica en mi sitio web.
Tatiana fue insistente en que tenía que contar las historias de los afrodescendientes que yo investigaba, pues eran prácticamente desconocidas en nuestro medio, y entonces tenía toda la razón.
Luego vendría nuestro libro Negros y blancos, todo mezclado (EUCR, 1997), en que mostraríamos otras historias de estos antepasados –africanos unos, de origen africano otros– de los ticos vallecentraleños.
En aquellos años, hacer genealogías extensas y desenmarañar las relaciones de parentesco de grandes familias resultaba trabajo tedioso y lento, aunque sí sumamente entretenido.
Entonces, en el país del serrucho en mano (como bien lo describió la adolescente Yolanda Oreamuno hace más de 75 años), me gané epítetos que algunos creían que me molestaban cuando en realidad me enorgullecían (como “el genealogista de los negros”, “de los esclavos”, “los negritos de Mauricio”, etcétera), aunque en realidad mis intereses eran –y son– mucho más amplios, pues también me interesan los antepasados indígenas (y no me refiero solo a las “princesas indias”), los españoles (y no me refiero solo a los reyes, príncipes e hijodalgos), los italianos, los chinos y un largo etcétera, como lo pueden mostrar mis publicaciones en las últimas dos décadas.
Lo que sí fue real es que, debido al racismo y clasismo imperantes en la genealogía costarricense del siglo XX –salvo muy contadas excepciones– (quisiera pensar que ya no en el XXI), decidí dar prioridad a la historia y genealogía de los afrodescendientes y amerindios relegados por esa tradición genealógica costarricense (y me atrevería a decir hispanoamericana).
Tradicionalmente, las raíces africanas en las familias hispanoamericanas han sido menospreciadas y las de indígenas solo se han investigado cuando se refiere a “princesas indias”.
Negros y blancos era la punta del iceberg de la presencia africana en las familias del Valle Central, según se podía prever por las ramas desconocidas que se intuían entonces de los árboles genealógicos que elaboramos.
Con las facilidades actuales para realizar investigación genealógica en Internet y con los recursos existentes, hacer genealogías extensivas es mucho más rápido y simple que hace 20 años. Por ejemplo, Ramón Villegas Palma hizo la más grande cantidad de índices de matrimonios del país en su momento que incluía más de 40.000 partidas. Hoy, una genealogía para la que se tardaba hasta un mes se puede hacer en una semana o mucho menos.
De tal manera que los árboles que hice para Negros y blancos lucen hoy muchos más frondosos y con infinidad de ramas que estaban “ocultas” en aquella época. Esperamos poder compartir pronto una versión ampliada de ese trabajo.
En julio del 2002, cuando trabajaba para el proyecto “¿Memoria u olvido? Africanía e identidad en Centroamérica”, dirigido por el historiador estadounidense Lowell Gudmundson, participé como ponente en el VI Congreso Centroamericano de Historia, en la ciudad de Panamá, con “Amos y esclavos: las familias Fallas de Costa Rica (1684-1786)”, que era una versión modificada de “Dominga Fallas o un siglo de engaños (1684-1786)”, un poco más apegada a los documentos históricos consultados.
Hoy compartimos una versión revisada (la original se puede encontrar en https://www.mtholyoke.edu/acad/latam/text4.html) con un plus novedoso y que resultará muy interesante para cualquier costarricense: una serie de cuadros genealógicos y algunas fotos. En el Cuadro genealógico N°1, podrá verse la descendencia de Dominga que aparece citada en la historia de los 100 años de esclavización de esta familia.
Hemos incluido varios cuadros genealógicos que muestran la gran cantidad de descendientes de Dominga que hoy ocupan posiciones relevantes en la sociedad. La más destacada políticamente es la presidenta de la República, Laura Chinchilla Miranda, pero también quien fue su principal contendiente en las elecciones del 2010, Ottón Solís Fallas, y uno de los correligionarios de este, Juan José Vargas Fallas, diputado por el PAC del 2002-2006. (Véanse Cuadros genealógicos N°2 y N°3).
Además, puede bajar la genealogía de Laura Chinchilla Miranda en la siguiente dirección: https://docs.google.com/file/d/0B_8NCLOKIc6YM2hLSjVtcGRIck0/edit?usp=sharing.
También los descendientes de Dominga pueden aparecer en el área del periodismo, como Yanancy Noguera Calderón, actual directora del periódico La Nación; Mario Bermúdez Vives, editor del semanario El Financiero; Emilia Mora Gamboa, compañera de trabajo hace ya algunos años en La Prensa Libre, y Rooney Sánchez Bolaños, también ciclista e historiador de esta disciplina, a quien igualmente conocí en La Prensa Libre; en el área de la cultura, el escultor Jorge Jiménez Deredia y el fotógrafo Lino Verny Sánchez Chacón; en el derecho, Agustín Meléndez García, asesor jurídico en el Registro Nacional; en las ciencias, Jorge A. Jiménez Ramón, director de MarViva, y los doctores Marcial Fallas Díaz, Jorge Martín Aguilar Pérez –jefe de Patología a.í. en la Morgue Judicial–, Fermín Meléndez Cedeño, Álvaro Brenes Madrigal y Álvaro Brenes Calderón. (Véase Cuadro genealógico N°4).
También fue su descendiente Óscar Barahona Streber, varias veces ministro y segundo esposo de la escritora Yolanda Oreamuno Unger, y Calixto Madrigal Aguirre, viceministro de Salud.
Igualmente algunos colegas genealogistas son sus descendientes, como el actual presidente de la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas, el educador Johnnatan A. Monge Sandoval; la bibliotecóloga Itza Yamileth Alpízar Fallas, integrante del consejo directivo de la Asociación de Genealogía e Historia de Costa Rica (Asogehi), y la profesora y artista plástica Jimena Sánchez Zumbado, del consejo editorial de la misma asociación.
También Emmanuel Mora Morales, creador del sitio Fotografías Antiguas de Costa Rica, el antropólogo y profesor universitario Marcos Guevara Berger, la profesora Ana Cecilia Hidalgo Calderón, Lisseth Fallas Solano –del Museo de Correos de Costa Rica– y Marianella Sandí Chinchilla –administradora pública–.
Conforme continuemos la investigación, irán sumándose más y más personas a este frondoso árbol cuya historia empezó en 1684, es decir hace 229 años.
Otro elemento igualmente curioso y, sobre todo, paradójico es que muchas de estas personas descienden de amos y esclavos; de ambos troncos de la familia: el que estableció la afromestiza Dominga Fallas y el que fundaron el español Francisco Fallas de la Vega y su esposa criolla, Mariana Solano Vázquez de Coronado, natural de Cartago.
Así, por ejemplo, la misma doña Laura Chinchilla Miranda, don Ottón Solís Fallas y doña Yanancy Noguera Calderón, entre otros de los citados en el Cuadro genealógico N°4, también son descendientes de la familia española. (Véase Cuadro genealógico N°5).
Por otro lado, es curioso que escritores como Carlos Luis Fallas Sibaja y Jorge Debravo y el actual arzobispo de San José, Hugo Barrantes Ureña, de orígenes obrero-campesinos, sean descendientes de la rama española –también muy prolífica–, establecida por don Francisco y doña Mariana. (Véase Cuadro genealógico N°5).
Los descendientes de don Francisco Fallas de la Vega y doña Mariana Solano están hoy en todo el país y en todas las clases sociales; en el Cuadro genealógico N°6, puede ver su descendencia parcial hasta los nietos de esta pareja.
Asimismo, al ver los cuadros genealógicos (pero sobre todo el N°4), cualquiera podrá comprobar que los costarricenses compartimos parentescos con cualquier “desconocido”, hasta con nuestros adversarios políticos, y debe ser esto algo que nos invite a reflexionar sobre nuestra hermandad como pueblo, no solo porque vivimos dentro de las fronteras de una nación, sino porque ese vecino “desconocido” es nuestro primo, porque su antepasado y el nuestro fueron los mismos, porque nuestros ancestros fueron hermanos, primos, tíos, sobrinos… Hoy nos sentimos separados, distintos, pero no hace mucho provenimos de un mismo tronco. Y no es esta separación –que está más en nuestra mente y corazón– la que nos hace sentirnos ajenos al dolor de nuestros paisanos, de nuestro vecino y aún de nuestro parientes más cercanos…
Orígenes mezclados
Normalmente, cuando abordamos la historia familiar hispanoamericana en el periodo colonial, se hace necesario comprender las relaciones de poder, pero también las relaciones afectivas –muchas veces contradictorias–, entre los españoles (criollos o peninsulares) y los demás grupos sociales (indios, negros y, en el sentido más amplio del término, mestizos). No se podrá llegar a una aproximación certera de aquella historia familiar (pero también de la más reciente) si no estudiamos las familias en sus complejas y diversas relaciones sociales, económicas y étnico-culturales. Sin embargo, tradicionalmente, cuando se habla del origen de una familia hispanoamericana, sus miembros se remiten sistemáticamente a España (llamada “madre patria” por algunos genealogistas tradicionales) y olvidan el origen pluriétnico de nuestros pueblos, nuestra otredad: el indio y el negro. La razón de ese “olvido” tiene su fundamento principal en el racismo que se proyectaba (y se proyecta aún) contra el indio y el negro, quienes fueron colocados en la base de la pirámide social durante la Colonia (Meléndez Obando 1997a: 118 y 2000: 3).
Sobre el término tan difundido de la “madre patria”, Tatiana Lobo me decía hace años que nosotros, en América, deberíamos decirle “padre patria” a España… Y los estudios genéticos más recientes le están dando la razón.
De tal manera que ha resultado fácil para las familias americanas borrar de su memoria la parte de su origen que consideraron oscura, indeseable, y han exaltado aquella que las vincula con Europa. En Costa Rica, el olvido de estas raíces pluriétnicas ha sido sistemático, promovido por una historiografía oficial y una genealogía decimonónica que soslaya el origen diverso de nuestra gente y promueve el mito de la identidad “diferente” de los costarricenses respecto del resto de Centroamérica –especialmente–, abstrayendo al país de la realidad latinoamericana, como si se tratara de una isla solitaria... (Meléndez Obando 1997a: 118).
Así, el mito de una Costa Rica “blanca” ha producido un pueblo ignorante de sus orígenes mestizos, que practica el racismo heredado del régimen colonial y periodos posteriores de múltiples formas, una de ellas, quizá la más común, por medio de los chistes sobre los negros y los indios. Ese mismo mito es el que ha generado un pueblo que se siente superior a sus vecinos centroamericanos, a quienes llama despectivamente “indios”; un pueblo que refleja claramente el complejo de bastardía del que habla Leopoldo Zea (Meléndez Obando 1997a: 86). En la mentalidad popular y la historiografía tradicional de países como Argentina y Chile, con una población cuyo fenotipo mayoritario es blanco, también es fácil oír que no hubo negros ahí... Entonces, los costarricenses (y todos los latinoamericanos) no podrán tener una conciencia identitaria más auténtica, hasta que (re)conozcan su pasado y lo asuman plenamente como integrantes de un continente que comparte un pasado y sus consecuencias, cuyo origen común se remite a una historia de usurpación, violación, dolor y de amplia capacidad sincrética (Meléndez Obando 1997a: 86-87).
Si pretendemos llegar a un conocimiento integral del origen de los pueblos latinoamericanos, es fundamental el estudio de la esclavitud, que afectó ampliamente las relaciones socioeconómicas durante la Colonia y aun después de la Independencia. La esclavitud llegó a todos los rincones de América y aunque en cada lugar tuvo diferentes impactos, en todos desempeñó un papel relevante. Su incidencia en la historia familiar de nuestro continente espera ser desentrañada por una nueva genealogía, con novedosos enfoques que garanticen un abordaje interdisciplinario y libre de prejuicios (Meléndez Obando 2000: 10). Hace falta, pues, un estudio serio y profundo del mestizaje que se dio (y se sigue dando –solo que ahora con más participantes y con otras características–) en Nuestra América.
Y cuando hablamos de mestizaje nos referimos a algo más que al mero proceso biológico de mezcla entre españoles, indios y negros, aludo además al mestizaje cultural en nuestro continente, porque ¿dónde no se mezclaron españoles e indios, o africanos y españoles, o los tres? E incluso aquellos que aseguran no tener mezclas de sangre, ¿pueden afirmar no tener una cultura “mestiza”? Porque el fenómeno del mestizaje traspasa el asunto de la sangre, de los genes, y llega a todas las esferas de la actividad humana (Meléndez Obando 2000: 10).
Reconstrucción de una historia
Mediante la consulta de las fuentes documentales custodiadas en los principales archivos históricos de Costa Rica, intentaremos reconstruir la historia de dos familias íntimamente vinculadas durante poco más de 100 años pero ampliamente separadas por su estatus legal y social.
Hay dos familias Fallas en Costa Rica: una fundada por el peninsular Francisco Fallas de la Vega y la criolla doña Mariana Solano Vázquez de Coronado, su esposa; y la otra establecida por Dominga Fallas, “mulata blanca”, quien fue esclavizada por doña Mariana y su padrastro, Juan de Gamboa. La historia de estas dos familias se halla fuertemente atada por las cadenas de la esclavitud y quizá también entrelazada por vínculos de sangre que hoy nos son desconocidos.
Esta es una historia de mujeres, de distinta condición: las unas, determinadas absolutamente por su casta, por su posibilidad de reproducir mano de obra, trabajo para sus amos, mercancía humana de fácil venta, de fácil manipulación; las otras, sometidas a los designios paternos, sujetas a la voluntad expresa de un hombre –su padre, esposo o tutor–, quien determinaba y estructuraba su presente y su futuro, que construía o destruía sus vidas. Unas y otras inmersas en un mundo que decidía por ellas. Es la historia de una mujer, Dominga Fallas, que nunca decidió algo concerniente a su propia vida, esclavizada por hombres, usada por hombres y también por mujeres. Nació libre, tan libre como sus amos, pero sus protectores la esclavizaron seguros de que su acción no sería descubierta... Es la historia de una mujer que nutrió y sostuvo el poder económico de la familia española Fallas, cuyos valores cristianos no impidieron cometer sus múltiples atropellos.
Es la historia de otra mujer, doña Mariana Solano, atrapada por ese mundo que decidía por ella y para el cual había sido preparada, de la misma forma que ella lo hizo con sus propias hijas, quienes, como su madre, usufructuaron de esclavos “mal habidos” (y ¿cuál no lo fue?), a los que devolvieron la libertad únicamente cuando no podían ya sacarles más provecho, cuando la situación les impedía mantenerlos adecuadamente o cuando sus principios finalmente se imponían.
Es una historia de esclavitud y engaño. Afirmaban verlos como “compañeros”, pero seguían siendo sus esclavos, mercancía humana que engrosaba el haber familiar y su riqueza; aumentaba su poder y mejoraba su posición social. Durante más de un siglo, la familia Fallas supo del origen de sus esclavos, pero no era sencillo renunciar a una posición privilegiada y reconocer públicamente la verdad. Con la muerte inminente de la última involucrada directa de las acciones de la citada familia y sus declaraciones públicas, acaba también la esclavización de “los otros Fallas”, que llegaron a ser tan prolíficos como los de la rama española. Después de 45 años de esclavitud, Dominga Fallas recibió un papel que hacía constar su nueva condición de mujer libre. La carta de libertad, otorgada en la ciudad de Cartago, el 15 de diciembre de 1729, era la “recompensa” que sus amos le daban por el trabajo al que la había sometido desde su infancia.
Laura Chinchilla Miranda, presidenta de la República (2010-2014). (Foto: elfinancierocr.com).
Ottón Solís Fallas, fundador del Partido Acción Ciudadana(PAC) y su candidato presidencial en tres ocasiones. (Foto: elfinacierocr.com).
Sin embargo, nunca pudieron calmar el dolor que le causaba recordar que, aunque libre de nacimiento, había sido esclavizada. Este sufrimiento fue descrito por Antonio Mesén Fallas, quien en 1786 aseguró: “Que también conoció, el que declara, a la principal criada Dominga, muy vieja, quien cuando se acordaba de que la habían hecho esclava le daba como pasión y se la pasaba todo un día llorando y dándose cabezadas contra el umbral de la puerta donde se sentaba”.
Hija de una mulata libre y don José de Vergara –forastero procedente de Panamá–, Dominga nació en 1678 en los campos ejidos de la ciudad de Cartago, de donde partieron sus padres “para provincias” (Nicaragua o Panamá). La pareja regresó un año después a casa de doña Mariana Solano, a quien Vergara encargó el cuidado de la pequeña Dominga, como ahijada de la Solano. Doña Mariana nació aproximadamente en 1664 en Cartago, donde vivió durante su infancia y adolescencia, que alternó con visitas al valle de Aserrí (San José). Su padre, el teniente de capitán de caballos Pedro Solano, vivió de su trabajo personal y aportó un modesto capital al matrimonio; su esposa, doña María Vázquez de Coronado, llevó a su casamiento un suma considerable; sin embargo, ninguno de los dos contaba con grandes riquezas aunque sí con el destacado linaje de ilustres antepasados, los capitanes de conquista Juan Solano (natural de Trujillo) y Juan Vázquez de Coronado (natural de Salamanca). Cuando Francisco Fallas de la Vega, natural de la ciudad de Cádiz e hijo de Jacinto Fallas y Antonia de la Vega, arribó a Costa Rica, logró concertar un matrimonio ventajoso con doña Mariana, descendiente de conquistadores a quien le dieron una dote nada despreciable valorada en 935 pesos, que incluía tierras, ganado (vacuno y caballar) y una esclava, que entregó en 1684 el teniente de capitán de caballos Juan de Gamboa, en ese momento padrastro de la novia.
Con esta carta dotal quedó “oficializada” la esclavitud de Dominga Fallas y la numerosa prole que engendraría. Su tutora y madrina y el padrastro de ella firmaron la sentencia...
Doña Mariana poco antes de morir liberó a Dominga y a una de sus hijas, Feliciana, no así a los restantes ocho esclavos, que fueron repartidos, a su muerte y la de su cónyuge, entre sus hijos. El capitán Francisco Fallas y doña Mariana Solano fueron padres de María Marcelina, Dionisia, Luisa, Antonia María, Josefa Victoria, Francisco Nicolás, Efigenia y Jacinto, nombres siempre antecedidos por el tratamiento distintivo de don o doña exclusivo de los hidalgos.
Mariana falleció en Cartago el 19 de octubre de 1729 y tres meses después el capitán Fallas. Sus descendientes recibieron una considerable herencia, que incluía a los descendientes de Dominga. A doña María Marcelina le correspondió como herencia el mulato Juan Nicolás, a doña Dionisia le dieron como dote a la mulata Petronila, a doña Luisa le adjudicaron al mulato Bernardino, a doña Antonia María le correspondió la mulata Gertrudis, a doña Efigenia Fallas le dieron el mulato Manuel, a don Jacinto le heredaron el mulato Nicolás y a doña Josefa Victoria le adjudicaron a las mulatas Antonia y Polonia. Los cuatro primeros esclavos eran hijos de Dominga, y los otros cuatro, nietos de ella, todos consignados como mulatos, pero todos de rostros blancos. Esto porque, como había dicho una vez doña Efigenia, “[Dominga es] más blanca que nosotros”.
El único que no participó en la repartición de “esclavos” fue Francisco Nicolás Fallas Solano, quien había salido de Costa Rica en 1714 para nunca más volver. Como vimos, Dominga tuvo cinco hijos (Feliciana, Bernardino, Petronila, Juan Nicolás y Gertrudis Fallas) mientras estuvo bajo el mismo techo de los Fallas Solano, pero ignoramos quién fue el padre (o padres) de los vástagos de Dominga; si vemos otras historias de esclavas en Costa Rica, no resulta aventurero suponer que su amo, los hijos de este o allegados de la familia Fallas Solano sean los progenitores de estos mulatos blancos; sin embargo, no hallamos indicios al respecto... (Meléndez Obando 1996: 64-118; Meléndez Obando 1997a: 124-126, 128-139, 140-141; Meléndez Obando 1997d: 9-98). Las hijas de Dominga y algunas de sus nietas correrían la misma suerte que ella pues tuvieron varios hijos, pero no sabemos quiénes fueron los progenitores aunque en algunos casos se puede sospechar. Doña Gertrudis y doña Antonia Solano, hermanas de Mariana, y doña Andrea Gamboa Solano, sobrina de estas, contaron a los Fallas Solano la historia del origen de Dominga, sus hijos, nietos y bisnietos. A pesar de esto, una parte de la familia no creyó el relato y siguió gozando de la servidumbre de sus “esclavos”.
Doña Mariana casó en 1713 a su hija Dionisia con el capitán Manuel García de Argueta, peninsular natural de la ciudad de Granada, y como parte de la dote le entregó a Petronila; “esto lo hizo avergonzada de que como casaba una hija con un hombre rico y no tenía que darle, se la dio por razón de heredarla o dotarla, y tampoco esta no era esclava”, afirmó Josefa Fallas más de setenta años después. Aunque doña Dionisia y sus hijos no creyeron la historia contada por sus tías y prima, el 29 de abril de 1755 liberaron a Petronila, de 50 años, por lo bien que les había servido, cuando por vieja, no podían sacar más provecho de ella. De creer la historia que contaban sus parientes, debían renunciar a su privilegiado sistema de vida en la capital colonial; creer que Dominga y su progenie no podían ser esclavos significaba renunciar a por lo menos media docena de esclavos y al prestigio que aparejaba esto en una sociedad esclavista, implicaba convertirse en una familia criolla como tantas otras, con buena prosapia y nada más. Por su parte, Bernardino y Juan Nicolás Fallas, hijos de Dominga, fueron liberados por sus propietarias. El primero por doña Luisa Fallas, y el segundo por doña María Marcelina Fallas. Doña Luisa creyó la historia de sus tías y quizá conociendo las implicaciones moral-religiosas y legales de esclavizar a una persona libre, decidió libertar a su esclavo, por el que hubiera obtenido no menos de 250 pesos para su única heredera. Mientras, doña María Marcelina había recibido como herencia a Juan Nicolás. Cuando su esposo, el capitán José de la Cruz y Morales, murió en Panamá hacia 1758, su albacea, don Sebastián Sandoval, intentó vender a Juan Nicolás para adueñarse del dinero que obtendría. Sin embargo, al enterarse de las intenciones de Sandoval por medio del esclavo mismo, ella le envió, con el consentimiento de sus herederos, la carta de libertad a Santiago de Veragua, en Panamá, donde lo habían apresado a petición de Sandoval. Posiblemente en ese lugar habrá descendencia de Juan Nicolás.
Una actitud así pudo parecer extraña a sus allegados; de hecho, doña Nicolasa Guzmán, cuando se enteró de esta acción y conociendo la precaria situación económica en que vivía desde la muerte del capitán Morales, le preguntó: “¿Por qué, viéndose en tantas necesidades, no lo vende usted y se remedia? Guzmana [le respondió Marcelina], cómo le había de vender siendo tan libre como mis hijos..., si no desciende de esclavos”. En otra ocasión, la misma doña Nicolasa contó al padre García de Argueta, sobrino de las Fallas, lo que esta le había dicho: “Compadre García, su tía doña Marcelina Fallas me ha dicho que su mulato Nicolás no es esclavo porque no desciende de esclavos y que no lo puede vender porque, si lo ejecutase, se la llevaría el diablo”. El padre García de Argueta dijo a doña Nicolasa: “Comadre, mis tías de tontas y orejonas carecen de lo que es suyo, y pudieran vender sus esclavos y remediarse”. Doña Nicolasa, quien era amiga de la familia, comentó a doña Efigenia Fallas que el padre García afirmaba que sus tías “de tontas y orejonas” desconocían lo que era suyo, a lo que doña Efigenia respondió: “Calla Guzmana, que el padre no sabe de eso ni puede decir como nosotras que lo sabemos muy bien, porque todos los criados que poseemos los tenemos por compañeros y no les debemos ver como esclavos, porque el origen de todos los hubo mi madre de una muchachita más blanca que nosotros, que le dio un forastero, quien cuando se fue se la dejó a mi madre, a quien quería mucho, para que la criara y le ayudara, por eso ninguno debe acreditar que dicha muchachita era esclava”.
Años después, en 1785, Antonio Mesén Fallas, hijo de doña Efigenia, declara: “que siempre le oyó decir a su madre, doña Efigenia Fallas, que un esclavo que tenía nombrado Manuel Mesén que no podía ser esclavo porque era nieto de una muchachita que le había dado un forastero nombrado Vergara a su abuela doña Mariana Solano y que no solamente le oyó decir a la dicha su madre que no descendían de esclavos suspirando y dando a conocer que le dolía el que dicha cepa los tuviesen por esclavos sino también a sus tías doña Luisa, doña Marcelina y doña Antonia María [Fallas]...”.
Por otra parte, doña Antonia María Fallas Solano, cuando agonizaba, dijo al capitán Manuel de la Trinidad Fallas, su hijo, que tanto a Gertrudis (hija de Dominga), como a sus niños, Juan Antonio, José Cayetano, José Fernando y Manuel Valentín, los considerara como sus “compañeros”, mas no como esclavos, los días que Dios le diera de vida; que le prometiera que no los vendería ni donaría y les daría su libertad cuando él muriese.
Nazario Morales Fallas (1841) casó en 1874 con María Abarca Fallas. En la foto con sus hijas Ema y Agripina Morales Abarca, hacia 1895. (Foto: Colección de Emanuel Mora Morales).
José Belfort Morales Abarca y su esposa, Elisa Fallas Valverde, el día de su matrimonio en 1906. Ambos descendientes de Dominga Fallas. (Foto: Colección de Emanuel Mora Morales).
José Belfort Morales Abarca (1876-1926), tataranieto de José Fallas Calderón, hijo de Juan Antonio Fallas, y este nieto de Dominga Fallas. (Retrato a lápiz hecho en 1953 por Alfredo Benavides, facilitado por Emanuel Mora Morales). (Para más información sobre don José Blefort, véase http://www.facebook.com/notes/fotografias-antiguas-de-costa-rica/la-vida-de-mi-tatarabuelo-jos%C3%A9-belfort-morales-abarca/10150600207865935)
Francisco Chinchilla Ulloa (1852) fue hijo de José María Chinchilla Fallas (1824), cuarto nieto de Dominga Fallas. (Foto: Linoverny Colección).
Doña Antonia María testó en el valle de Aserrí, San José, en octubre de 1745, en él declara libre a Gertrudis, por el temor de que las puertas del cielo se cerraran para ella. Encarga el cuidado de los pequeños de Gertrudis a su hijo Manuel Trinidad, pero le recalca que debe verlos como sus compañeros fieles para que le sirvan hasta el día de su muerte. Sin embargo, el capitán Fallas incumple la promesa hecha a su madre, pues vendió a Fernando, por una pelea que tuvo con el esclavo. El capitán y su esposa, doña Micaela de Acosta, terminaron de criar a los pequeños hijos de Gertrudis Fallas, a quienes después cobrarían con su trabajo personal. Don Manuel de la Trinidad vendió la libertad a Juan Antonio, en diciembre de 1759, a cambio de que le construyera una casa y un trapiche sencillo con todos sus anexos, valorado todo en 200 pesos; este a su vez compró la libertad de su hermano Valentín, cuyo valor había sido repartido entre los primos y tías del capitán Fallas, quien murió en setiembre de 1772. Juan Antonio pagó parte de su valor y el resto le fue perdonado por los herederos de Manuel de la Trinidad. Doña Micaela de Acosta declaró acerca de Valentín y los demás esclavizados, en noviembre de 1785, que: “que siempre le oyó decir [a su marido] que [sus esclavos] eran libres, y que no podían ser vendidos, pero mi tía doña Dionisia Fallas le aconsejaba y decía que eran esclavos; que también le oyó decir siempre a las demás tías de su marido que no podían ser esclavos los referidos;... y que porque oyó siempre decir que ni este ni los demás eran esclavos le perdonó, aunque pobre, los cincuenta pesos”, del valor de Valentín que le había correspondido en la mortual de su esposo.
Esto se confirma en las declaraciones que hizo Antonio Mesén Fallas, sobrino de doña Antonia María, en setiembre del mismo año: “...que hallándose en la muerte de su tía doña Antonia María, esta, estando para acabar, llamó a su hijo, don Manuel Trinidad Fallas, y le dijo que aquellos sus criados Juan Antonio, Cayetano, Fernando y Valentín se los dejaba no por esclavos sino por compañeros para que le acompañasen sus días; y que por muerto él los dejara libres; y que el dicho don Manuel Trinidad, sin atender a lo que le dijo su madre en tal paso de muerte vendió a Fernando en Cartago a don Francisco Carazo...”. Por su parte, Cayetano quedó en poder de doña Tomasa Gómez García de Argueta (nieta de Dionisia Fallas), porque su esposo, el capitán don Romualdo Muñoz de la Trinidad, pagó el precio en que fue valorado (200 pesos) a los herederos de don Manuel de la Trinidad Fallas. Otra suerte corrió José Fernando Fallas, quien indignado por el incumplimiento de don Manuel de la Trinidad de la promesa hecha a su propia madre, lo enfrentó y le dijo que no había cumplido con la palabra que dio a su madre de tratarlos como fieles amigos y no como esclavos, y que los había hecho trabajar sin ninguna consideración.
El capitán Fallas le dijo que no entendía cómo podía decir eso cuando él los había mantenido desde que eran pequeños, se digustó y amenazó con venderlo. Fernando aceptó que el capitán los había terminado de criar, que los había alimentado y vestido pero que todo lo había cobrado con el trabajo suyo y sus hermanos, a quienes nunca vio como “compañeros”. Un mes después, en julio de 1768, José Fernando debía decir amo al capitán don Francisco Carazo, a quien fue vendido. Ese fue el costo de su osada queja. La herencia de doña Efigenia Fallas Solano fue el mulatillo Manuel, hijo de Feliciana Fallas (hija a su vez de Dominga), pero como no quería tener cargos de conciencia, lo liberó a escondidas de sus hijos. Manuel sería conocido después con el apellido de Pedro Bernardo Mesén, esposo de Efigenia. Cuando los hijos de Efigenia se enteraron de lo que hizo, el primogénito, Antonio Mesén Fallas, en ese momento recién llegado de Panamá, en su nombre y el de sus hermanos, preguntó a doña Efigenia: “Madre, ¿con qué motivos le ha dado usted la libertad a Manuel, siendo yo y mis hermanos sus herederos? Hijos [respondió doña Efigenia], este es tan libre como vosotros”.
Asimismo, cuando murió el capitán Manuel de la Trinidad Fallas, se le adjudicó a doña Efigenia, su tía, cincuenta pesos del valor del esclavo Valentín, “y conociendo ella que no podía ser esclavo se los perdonó”. En este tiempo, Antonio volvió a reconvenir a su madre para que no se los perdonara y los recogiera para él y sus hermanos. Su madre, este vez en todo cortante y firme, les dijo que “no comieran lo que no habían trabajado”. Cuando José Marcelino Mesén Fallas preguntó también a su madre sobre la liberación de Manuel, ella le explicó: “que no podía dejarlo por esclavo porque no lo era, y que no quería irse al infierno, ni que ellos tampoco se fueran; porque dicho esclavo era nieto de una muchachita que un forastero le había dado a su madre, doña Mariana Solano, en cuya casa había vivido para que le sirviera pero no como esclava”. Antonio, José Marcelino y sus hermanos, aunque un poco desilusionados y disgustados, se resignaron a la decisión de su progenitora, pensando, quizá, que efectivamente los estaba librando del fuego eterno del infierno.
Por su parte, el capitán Jacinto Fallas Solano, en cambio, vendió su herencia al presbítero Francisco de Ocampo Golfín, en octubre de 1733, en Cartago. El mulatillo Nicolás, de apenas nueve años, le costó al padre Ocampo 300 pesos. Ignoramos la suerte de Nicolás.
Finalmente, corría setiembre de 1785 y doña Josefa Victoria Fallas Solano, la última que aún estaba viva de todos sus hermanos, enfermó gravemente. Pensaba que antes de morir debía hacer público lo que su familia supo por más de cien años, entonces, mandó llamar al teniente de gobernador de la villa de San José, don León Bonilla, para dictar su testamento. Declara que su madre le dejó, cuando murió, dos muchachitas, Antonia y Polonia, las que –como a los hijos y nietos de ellas– ha tenido “por libres y no más que compañeras”. Ambas eran hijas de Feliciana y nietas de Dominga.
Efectivamente, doña Josefa había dado carta de libertad a Polonia en abril de 1731, cuando la esclava contaba apenas con ocho años, “por el amor que le tengo y por otras justas causas que tengo”; y, además, en mayo de 1776, le había vendido a la misma Polonia un pedazo de tierra en el paraje nombrado Palo Grande, en Dos Cercas (hoy San Rafael de Desamparados, San José). Polonia recibió un trato preferencial en relación con otros esclavos de la familia; así, don Manuel de la Trinidad Fallas era deudor de la mulata, quien en otra época había sido esclava de la familia; en 1729, don Francisco Fallas había previsto la libertad de Feliciana y Polonia, no así la de Antonia, en su testamento, por su amor, lealtad y fidelidad durante el tiempo que le habían servido (aunque Polonia, de escasos seis años, no le podía haber servido mucho), siempre que su valor se tomara del quinto de sus bienes, lo que en realidad no ocurrió.
Asimismo, en 1733, doña Josefa se compromete a dar la libertad a Antonia, a no venderla ni donarla, siempre y cuando esta le sirviera, la acompañase y cuidase hasta el día de su muerte. Sin embargo, 23 años después, doña Josefa le da carta de libertad para que Antonia termine su vida como mujer libre. Doña Josefa Victoria narró al teniente de gobernador la historia: “...cuando yo me criaba, continuamente oí decir a dos tías mías, doña Antonia y doña Gertrudis Solano, y también a mi prima doña Andrea Gamboa, que los criados que poseíamos mis hermanas y yo no los debíamos reconocer por esclavos, porque así estos como todo su origen fueron producidos de una muchachita nominada Dominga, que dio un forastero a mi madre, doña Mariana Solano, por haber sido su madrina de bautismo y que por ningún motivo esta descendía de esclavos”.
Y añadió: “Y aunque mi hijo, José Manuel Fallas, vino a esta provincia por el año 1768 y vendió a mi sobrino don Félix García de Argueta, sin mi voluntad, por empeños que traía, a uno de los hijos de la mujer Antonia, nombrado Juan Marcos, se lo consentí porque se remediase, aunque con bastante cargo de conciencia, y llevada por este escrúpulo, tuve a bien juntar su importe y darle a dicho mi sobrino para que lo pusiese en libertad conociendo que no podía ser esclavo”.
Doña Josefa Victoria teme caer en las llamas eternas del infierno, según ella misma confiesa. Además, no hay quién le reproche su acción, sus padres y hermanos habían fallecido. Entonces, concluye su testamento: “...Si en algún tiempo pareciere, judicial o extrajudicialmente, algún instrumento que acredite que yo tengo declarado que algunos de los que pasan por esclavos descendientes de la referida cepa, sépalo son y por esta causa se hallan esclavonizados [sic], para el paso en que me hallo y para aquí y para ante Dios la anulo y quiero que no valga en ninguna manera, pues todo lo referido en esta declaratoria es a lo que se debe estar según desde mi tierna edad quedé enterada de las referidas mías tías, quienes tenían obligación de saberlo y yo de declararlo como lo hago para que conste y encargo el contenido a mi hijo, José Manuel, que siempre que por sí o su apoderado venga a esta provincia haga guardar esta mi cláusula, que es cierta por lo cual le encargo la conciencia”.
Ante esta declaración pública, las autoridades se ven en la obligación de hacer todas las averiguaciones pertinentes. En primer lugar, el nuevo teniente de gobernador, don Antonio Pao, se dirige a casa de la enferma para indagar sobre los motivos que la han llevado a tal confesión, no fuera que sus esclavos o terceras personas la estuvieran obligando a esto. Doña Josefa Fallas, una vez hecho el juramento de rigor, además de repetir lo que tenía declarado en su testamento, informó a Pao de las personas que conocían la historia de esclavización: sus sobrinos Antonio y José Marcelino Mesén Fallas, Juana Josefa y Francisca Morales Fallas, Juan Fallas; doña Micaela de Acosta, esposa de su difunto sobrino Manuel Trinidad Fallas; sus primas Antonia y María Saborío Cordero, y doña Nicolasa Guzmán.
Todos, excepto doña Juana Josefa y doña Francisca Morales, coinciden en la historia de la esclavización de Dominga, salvo pequeñas diferencias en las versiones narradas. Al declarar doña Juana Josefa y doña Francisca Morales, ambas afirman que sus tías dieron la libertad a sus esclavos porque les sirvieron bien y que la madre de ellas lo hizo porque el albacea en la mortual de su padre intentó adueñarse de su esclavo.
Doña Francisca Morales declara: “que le oyó decir a su madre, que lo era doña Marcelina Fallas, que habiendo salido un forastero por el camino de Panamá con una mulata, este posó en casa de doña Mariana Solano, abuela de la que declara, y que le dijo que, en pariendo su mulata, le daría lo que naciera para que le sirviera a ella y a sus descendientes. Que este tal forastero se llamaba don José Vergara, quien con su criada hizo viaje para provincias, llevándosela ya parida de una muchachita nombrada Dominga y que antes del año de haberse ido volvió con su dicha criada y criatura a la misma casa de su abuela, a quien le dio la criadita para ella y sus descendientes pero que ignora le diese carta de donación de esclavitud, pues de esto nunca le oyó decir nada a su madre. Que dicha muchachita se crió y tuvo hijos, los cuales fue repartiendo entre sus hijos la referida su abuela y [a] estos siempre los tuvieron por esclavos”.
En abril de 1786, luego de investigar el caso y realizar las indagaciones necesarias, se determina que áun se hallan en cautiverio Cayetano, en poder de doña Tomasa Gómez García de Argueta; José Fernando, en poder de don Francisco Carazo; José Miguel y Javier, vendido por doña Dionisia Fallas. El rastro de Javier se pierde y nunca se supo más de él. El nuevo teniente de gobernador de San José, capitán Mateo de Mora, envía el expediente al gobernador de Costa Rica, don José Perié, a la ciudad de Cartago, y comunica además a todos los interesados. Entonces, José Fernando y Cayetano Fallas, “pobres cautivos en esclavitud sin serlo”, piden ser declarados libres del cautiverio en que se hallan “en mala fe constituidos” y piden que se mande a sus amos que prontamente les den sus cartas de libertad, y que si alguno se opone, “acredite como debe dentro de un breve término con la correspondiente escritura de esclavitud de la nominada Dominga que es el tronco principal de donde” provienen. El escribano público y de gobernación, don José Romualdo Zamora, busca afanosamente en los archivos a su cargo algún documento que haga constar la esclavitud de Dominga, pero el más antiguo que encuentra es la carta dotal a favor de doña Mariana Solano, otorgada en Cartago en febrero de 1684, en cuya partida 18 dice: “Item una mulata esclava nombrada Dominga, de edad de seis años poco más o menos, en 250 pesos. Y en toda ella no hay más eslavo que la dicha”.
No se pudo determinar que Dominga hubiera sido comprada ni adquirida mediante donación, porque, tal parece, no fue así. Perié decide consultar sobre el caso al licenciado don Juan Manuel de Zelaya, abogado en la Real Audiencia de Guatemala, a quien envío el expediente completo en agosto de 1786. Zelaya responde dos meses después y recomienda que José Fernando y Cayetano Fallas sean declarados personas libres. El gobernador Perié, atendiendo la recomendación de Zelaya y a su propio criterio, emite la sentencia el 13 de noviembre de 1786: “... Declaro por ingenuos y libres de esclavitud y servidumbre a los expresados Cayetano y Fernando Fallas y a los demás descendientes de la dicha Dominga Solano, y mando se les den certificaciones auténticas de esta determinación, si de ella no se apelare por los que hoy se dicen sus actuales dueños, a quienes se les hará saber su derecho contra los sujetos de quienes los hayan comprado o adquirido de otro modo y por esta mi sentencia definitivamente pagado, así lo pronuncio, firmo y mando se ponga en ejecución lo expedido para su puntual cumplimiento”.
Obtienen, así, su libertad Fernando Fallas, Cayetano Fallas y José Miguel García (este último bisnieto de Dominga) y sus respectivos “amos” no se oponen a la sentencia, pero los dueños de los dos primeros piden la restitución del dinero que habían dado por aquellos. En diciembre de ese año, el capitán don Francisco Carazo, después de ser informado de la sentencia que liberaba a Fernando, solicitó al gobernador Perié, “...en méritos de justicia, mande a los herederos de don Manuel Trinidad Fallas me satisfagan doscientos pesos que di al expresado por dicho mi esclavo y en cuenta un perol de cien libras que existe en poder de doña Ramona Fallas [hija de Jacinto Fallas Solano] una de dichas herederas como prenda conocida que di al referido Fallas en cien pesos y que los restantes [cien pesos] me los satisfagan en dinero como se lo entregué yo”. El juez de prevención don Manuel José López Conejo pide, en Tres Ríos, a doña Ramona Fallas Conejo, la devolución del perol, el cual es entregado a Carazo.
El caso fue remitido el mismo mes al teniente de gobernador de Villa Nueva, don Mateo de Mora. Después es retomado en febrero de 1787, cuando Mora es sustituido por don Félix José Fernández, quien comunica acerca de la demanda a todos los herederos de don Manuel de la Trinidad Fallas, muerto catorce años atrás, quienes deberían devolver las sumas de dinero que recibieron en 1773. En primera instancia, don Félix logra recaudar 244 pesos y cuatro reales y medio, de los que da cien pesos al capitán Carazo, quien queda satisfecho en su demanda, en agosto de 1787.
Mientras, a raíz de la sentencia de liberación de esclavos emitida por Perié, doña Tomasa Gómez, en junio del mismo año, pide a la Real Justicia que se digne mandar que los herederos de don Manuel de la Trinidad le restituyan los doscientos pesos que dio su difunto esposo, don Romualdo Muñoz de la Trinidad, por el esclavo Cayetano. Por su parte, Francisca Calderón, viuda de Juan Antonio Fallas (hermano de Fernando y Cayetano), pide le reintegren el dinero que su marido pagó por su propia libertad y la de su hermano Valentín, suma que ascendía a 241 pesos y dos reales. Debido a que habían olvidado a otros herederos de don Manuel Trinidad (los García de Argueta), recaudan una suma adicional que da un total de 258 pesos y tres reales, los cuales deben ser repartidos entre doña Tomasa y Francisca. Después de algunas rebajas que debían hacerse, el líquido quedó en 227 pesos, que dividido entre las dos mujeres, daba 113 pesos y cuatro reales para cada una.
Francisca Calderón, acompañada por sus hijos, recibió el dinero en enero de 1788. Sin embargo, Franisca debe dar cuatro pesos a su cuñado Valentín Fallas y veinticinco a su hermano José Calderón, en marzo de 1789, porque ambos aseguran que tienen derecho a parte del dinero que aquella recibió, por el trabajo personal que realizaron a favor de Juan Antonio Fallas. También en enero de 1788, doña Tomasa afirma que la suma que le corresponde la cede a la que fuera su esclava Gertrudis García (nieta de Dominga), por haberle pagado el marido de esta, Lorenzo Meneses, el valor de su libertad. De los tres demandantes, la “justicia” evidentemente favoreció a Carazo, quien recuperó el total de su “inversión”, el perol y los cien pesos (doscientos en total), esto tal vez por su buena posición social; era capitán, alcalde provincial y regidor de la ciudad de Cartago.
Asimismo, José Policarpo García, mulato libre nieto de Dominga Fallas y vecino de la Puebla de Nuestra Señora de los Ángeles de Cartago, pide en febrero de 1787 que le devuelvan 32 pesos de plata que había dado por su libertad al alférez real don Antonio de la Fuente, regidor y alcalde de Cartago, quien los tenía en calidad de depósito. Policarpo, de 52 años, había sido valorado en 50 pesos “por viejo y enfermo habitual”, a la muerte de su amo don Félix García de Argueta Fallas en 1779. Quiso adquirir su libertad pagando él mismo los cincuenta pesos, de los que había dado, en adelanto, 32. Luego la justicia ordenó al alférez de la Fuente que devolviera el dinero a José Policarpo, lo que hizo efectivamente, el mismo mes de febrero.
José Miguel García –hijo de Rita Fallas (o García), a su vez hija de Petronila Fallas, y esta hija de Dominga– fue liberado por el fallo del gobernador Perié. En ese momento, el esclavo estaba en Nicaragua pues don Andrés Arévalo lo había comprado al teniente de los ejércitos don Rafael Cárdenas, quien a su vez lo había adquirido de don José Mateo García, hijo de doña Juana García de Argueta Fallas. Ignoramos si la noticia de su liberación habrá llegado hasta Nicaragua. Dominga había muerto años antes, cuando todavía algunos de sus nietos y bisnietos estaban esclavizados.
Años después, dos descendientes de ambas familias, que por más de un siglo estuvieron separadas por su casta, durante los cuales los Fallas de la Vega esclavizaron a “los otros Fallas”, se casan en San José.
El 20 de mayo de 1798, se unen los dos troncos, Mateo de Jesús Fallas Calderón, bisnieto de Dominga Fallas, contrajo matrimonio con doña Francisca Mesén Rojas, bisnieta del capitán Francisco Fallas de la Vega y doña Mariana Solano Vázquez de Coronado. Después de esta unión habría muchas más durante todo el siglo XIX y muchas más aún durante el XX. Los descendientes de ambas familias se dedicaron mayoritariamente a la agricultura y ocasionalmente a otros oficios (carpintería, por ejemplo) aunque los miembros de la familia Fallas Solano eran dueños de terrenos más amplios y algunos de ellos destacaron ya desde la época colonial en cargos de cierta relevancia sociopolítica; incluso algunos llegaron a convertirse en grandes cafetaleros en el siglo XIX.
Por su parte, los miembros de la familia Fallas esclavizada pasaron muy pronto a convertirse en pequeños propietarios a partir de fines del siglo XVIII, también algunos destacaron como pequeños y medianos cafetaleros.
Precisamente, cuando se inició la segunda década del siglo XXI, una descendiente directa de Dominga –por doble vía– llega a ocupar la máxima posición política de Costa Rica: Laura Chinchilla Miranda fue elegida presidenta de la República en febrero del 2010.
Agradecimiento
El autor agradece la colaboración de Ramón Villegas Palma (con quien coescribí la genealogía de Laura Chinchilla Miranda), a Isidro Sánchez Vargas (quien me ayudó ampliamente con la genealogía de Ottón Solís Fallas), a Itza Alpízar Fallas (quien colaboró con su propia genealogía), a Emmanuel Mora Morales (quien me facilitó su genealogía), a Johnnatan Monge Sandoval (quien me ayudó con su propia genealogía), a Jimena Sánchez Zumbado (quien colaboró con su propia ascendencia), a Fernando López González (por quien elaboré la genealogía de su tío Carlos Luis Fallas Sibaja) y a Jorge A. Jiménez Ramón (por su propia genealogía).
Fuentes consultadas
Primarias
Archivo Nacional de Costa Rica
Protocolos Coloniales de Cartago
N°833, fs. 4 a 7. Carta de dote a favor de doña Mariana Solano Vázquez de Coronado (1684)
N°902, fs. 34 a 37. Testamento del capitán Francisco Fallas de la Vega (marido de doña Mariana Solano) (1729)
N°902, fs. 72 vuelto a 74 vuelto. Poder para testar de doña Mariana Solano Vázquez de Coronado (esposa de Francisco Fallas) (1729)
N°902, fs. 76 a 79 vuelto. Testamento de doña Mariana Solano Vázquez de Coronado (esposa de Francisco Fallas) (1729)
N°906, fs. 17 vuelto a 18. Poder del capitán Jacinto Fallas y su esposa, doña María Manuela de Echavarría, al capitán José de la Cruz y Morales, quien viajará a Panamá (1731).
N°906, fs. 24 a 25. Carta de libertad a favor de Polonia Fallas dada por doña Josefa Fallas (1731)
N°910, fs. 61 vuelto a 63. Carta de libertad condicionada a favor de Antonia Fallas dada por doña Josefa Fallas Solano (1733)
N°910, fs. 63 a 65. Reconocimiento de censo por parte de Pedro Mesén y doña Efigenia Fallas de la Vega (1733)
N°951, fs. 74 vuelto a 79. Testamento de doña Dionisia Fallas de la Vega Solano (viuda de Manuel García de Argueta)
N°954, fs. 1 a 20. Doña María Josefa García (esposa de don Manuel Saborío) vende un esclavo nombrado Diego a don Félix Joaquín Alvarado (1765).
N°957, fs. 27 a 29. Venta del esclavo Fernando Fallas realizada por don Manuel de la Trinidad Fallas a don Francisco Carazo. (1769)
N°958, fs. 64 a 66. Don Félix García de Argueta se obliga a favor de doña María Josefa Muñoz de la Trinidad, dueña de un esclavo llamado Juan Marcos Fallas. (1770)
N°957, fs. 76 vuelto a 77 vuelto. Carta de libertad de Juan Marcos Fallas, mulato, quien paga su valor a don Félix García de Argueta Fallas, como tutor de doña María Josefa Muñoz de la Trinidad, quien lo heredó de su madre doña Dominga Muñoz de la Trinidad (1771)
Protocolos Coloniales de Heredia
N°580, f. 91 a 92 vuelto. Carta de libertad a favor de Dominga Fallas
N°580, fs. 93 a 94 vuelto. Carta de libertad a favor de Feliciana Fallas.
N°583, fs. 28 a 30. Venta del esclavo Nicolás Fallas, mulato, realizada por el capitán Jacinto Fallas Solano al presbítero don Francisco de Ocampo Golfín. (1733)
N°591, fs. 44 a 46. Testamento de doña Antonia María Fallas de la Vega Solano.
N°601, fs. 2 a 3 vuelto. Carta de libertad a favor de Antonia Fallas. (1756)
Protocolos Coloniales de San José
N°416, f. 30. Carta de libertad a favor de Juana Cayetana, hija de Antonia Fallas.
N°417, f. 32. Carta de libertad a favor de Manuel Fallas [Mesén], hijo de Feliciana Fallas.
N°418, f. 34. Carta de libertad a favor de Petronila Fallas.
N°419, f. 41. Compra de libertad de Juan Antonio Fallas.
N°428, f. 79. Testamento de doña Josefa Victoria Fallas Solano (soltera) (1773)
N°429, f. 81. Carta de libertad a favor de Valentín Fallas (1774)
N°429, fs. 82. Testamento de doña Efigenia Fallas Solano (viuda de don Pedro Mesén) (1774)
N°431, fs. 88 a 89. Venta de un terreno de doña Josefa Fallas a María Polonia de Fallas (1776)
N°440, f. 127. Testamento de doña Josefa [Victoria] Fallas Solano.
Mortuales Coloniales de Cartago
N°790 Mortual del capitán don Manuel García de Argueta (viudo de Antonia Loínez de Iztueta Calvo y marido de Dionisia Fallas Solano) (1734)
N°800 Mortual de doña María Alfonsa García de Argueta Fallas (esposa de don Juan de Dios Gómez) (1751)
N°814 Mortual de don Félix García de Argueta Fallas (soltero) (1780)
N°938 Mortual del Juan Muñoz de la Calle (marido de doña Antonia Solano) (1696)
N°1310 Mortual de Juan Vázquez de Coronado (viudo de María de Madrigal y marido de Ana María de Mora Salado) (1669)
Mortuales Coloniales de San José
N°20 Mortual de Gregorio de Aguirre (marido de María Antonia Fallas) (1787)
N°146 Mortual del capitán don Manuel de la Trinidad Fallas (marido de Micaela Acosta) (1772).
N°151 Mortual de doña Liberta Flores Fallas (viuda de don Manuel [Díez] Dobles y don Félix Martínez) (1818)
N°153 Mortual de Ramón Fallas Calderón (marido de Paula Monge) (1811)
N°160 Mortual de don Pedro Mesén y doña Efigenia Fallas (1804)
N°163 Mortual de doña Josefa Victoria Fallas de la Vega Solano (1785)
N°167 Mortual de José Nicolás Fallas (marido de Cayetana Monge) (1782)
N°264 Mortual de doña Nicolasa Mesén Fallas (esposa de Francisco Javier Aguilar) (1805)
N°275 Mortual de Juan Méndez (casado con Antonia Fallas) (1809)
N°349 Mortual del alférez Antonio Saborío (marido de Teresa Cordero) (1773)
N°369 Mortual de don Pedro Umaña Chacón (marido de doña Manuela de Jesús Fallas) (1808)
Complementario Colonial
N°4718. Demanda de Francisco Carazo, Tomasa Gómez y Francisca Calderón para que los herederos de Manuel de la Trinidad Fallas les restituyan un dinero.
Archivo Histórico Arquidiocesano Bernardo Augusto Thiel
Sección sacramental
Libros de Matrimonios de Cartago N°1, N°2, N°3 y N°4.
Libro de Bautizos de Cartago N°1, N°2, N°3, N°4 y N°5.
Libro de Matrimonios de Heredia N°1 y N°2.
Libro de Bautizos de Heredia N°1 y N°2
Libro de Matrimonios de San José N°1, N°2 y N°3.
Libro de Bautizos de San José N°1, N°2, N°3 y N°4.
Secundarias
Castro Tosi, Norberto. 1975. "La población de la ciudad de Cartago en los siglos XVII y XVIII". En: Colección Norberto de Castro, editada por la Academia Costarricense de Ciencias Genealógicas. Págs. 11 a 48.
Fonseca, Elizabeth. 1986. Costa Rica colonial, la tierra y el hombre. Editorial Universitaria Centroamericana. Tercera Edición.
Gudmundson Kristjanson, Lowell. 1978. Estratificación socio-racial y económica de Costa Rica: 1700-1850. Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
Meléndez Chaverri, Carlos. 1982. Conquistadores y pobladores. Orígenes histórico-sociales de los costarricenses. Editorial de la Universidad Estatal a Distancia.
Meléndez Chaverri, Carlos. 1972. Juan Vázquez de Coronado. Editorial Costa Rica.
Meléndez Obando, Mauricio. 1996. ”La familia de la mulata Josefa Flores. I parte”, en Revista de la Asociación de Genealogía e Historia de Costa Rica. Nº2. San José, Costa Rica. pp. 64 a 117.
Meléndez Obando Mauricio. 1997a. “Las familias”. En: Negros y blancos, todo mezclado. Editorial de la Universidad de Costa Rica. En coautoría con Tatiana Lobo Wiehoff.
Meléndez Obando, Mauricio. 1997c. “Luis Méndez de Sotomayor y su descendencia”. En: Revista del Archivo Nacional. San José, Costa Rica. pp. 33 a 67.
Meléndez Obando, Mauricio. 1997d. “La familia de la mulata Josefa Flores. Su descendencia II parte”, en Revista de la Asociación de Genealogía e Historia de Costa Rica. Nº3 y 4. San José, Costa Rica. pp. 9-98.
Meléndez Obando, Mauricio. 1998b. “Presencia de Africa en las familias de Costa Rica”, II Simposio de Estudios Afroiberoamericanos, Cátedra Unesco, Universidad de Alcalá de Henares, Abiyán, Costa de Marfil (publicada en Internet, en el sitio web http://www.nacion.co.cr/ln_ee/ESPECIALES/ raices/raices10.html).
Meléndez Obando, Mauricio. 1999a. “Presencia africana en familias nicaragüenses”, Simposio Hispanoamericano de La Ruta del Esclavo, Centro de Investigaciones Históricas de Centroamérica, Programa de Maestría en Historia y Escuela de Historia, Universidad de Costa Rica.
Meléndez Obando, Mauricio. 1999b. “El Día de las Culturas y las raíces de los costarricenses”. En: Raíces Nº10, La Nación Digital. Octubre de 1999. (página web: http://www.nacion.co.cr/ln_ee/ESPECIALES/raices/raices10. html).
Meléndez Obando, Mauricio. 1999c. “La investigación genealógica en Centroamérica”. En: Raíces Nº5, La Nación Digital. Marzo de 1999. (página web: http://www.nacion.co.cr/ln_ee/ ESPECIALES/raices/raices5.html).
Meléndez Obando, Mauricio. 1999d. “Los cambios de apellido durante la Colonia”. En: Raíces Nº3, La Nación Digital. Enero de 1999. (página web: http://www.nacion.co.cr/ln_ee/ESPECIALES/raices/raices3.html).
Meléndez Obando, Mauricio. 1999e. “Los últimos esclavos en Costa Rica”. En: Revista de Historia Nº39. Págs. 51 a 137. [Revista ganadora del Premio Nacional de Historia 2000].
Meléndez Obando, Mauricio. 2000. “La genealogía hispanoamericana en tiempos de globalización”. Ponencia a la X Reunión Americana de Genealogía y I Congreso Nacional de Genealogía. San José, Costa Rica.
Morera Brenes, Bernal y Barrantes, Ramiro. 1995. “Genes e historia: El mestizaje en Costa Rica”. En: Revista de Historia. N°32. pp. 43-64.
Newson, Linda. 1992. El costo de la conquista. Editorial Guaymuras.
Quirós, Claudia. 1990. La era de la encomienda. Colección Historia de Costa Rica. Editorial de la Universidad de Costa Rica.
Romero Vargas, Germán. 1998. Las estructuras sociales de Nicaragua en el siglo XVIII. Editorial Vanguardia. Managua.
Sanabria Martínez, Víctor Manuel. 1957. Genealogías de Cartago hasta 1850. VI tomos.
Sánchez Rubio, Manuel. 1989. Monografía de la ciudad de Antigua Guatemala. Tomo I. Tipografía Nacional.