La familia Solórzano Irigoyen de Granada, Nicaragua
Mauricio Meléndez Obando
En 1984, empecé en los caminos de la investigación genealógica, primero con mi propia genealogía y luego con la de mis parientes y amigos más cercanos, y finalmente con las familias que han dado origen a los costarricenses.
El origen familiar de mi padre me llevaba directamente a Nicaragua, pues Tomás Meléndez Quiñones (1644-1718), el principal fundador de ese apellido en Costa Rica, nació en Nicaragua, posiblemente en León; además, mi apellido materno, podría tener también su origen en la ciudad de Granada, Nicaragua, a fines del siglo XVI.
En búsqueda de mis antepasados nicaragüenses, partí en un viaje por tierra al Archivo Histórico Diocesano de León en 1993, donde tuve la buena fortuna de ser bien recibido por su directora, Licda. Silvia Morales Munguía, y sus asistentes, pero además por haber conocido al Lic. Manuel Noguera Ramírezmadregil, un gran conocedor de la genealogía leonesa del siglo XIX y XX, principalmente, quien siempre me ha brindado su apoyo incondicional y desinteresado y, lo más valioso, su amistad.
Los resultados de mi búsqueda personal fueron infructuosos: del sargento Tomás Meléndez Quiñones no encontré ninguna evidencia; él había partido de Nicaragua, muy posiblemente de León, hacia Cartago en la década de 1660 y fundó la familia de la que hoy descendemos la mayoría de los Meléndez de Costa Rica. Sí encontré varios Meléndez, quizás sus parientes, a quienes me referiré en otra oportunidad.
Algo frustrado por no haber hallado nada sobre mi antepasado, me dediqué entonces a investigar la ascendencia de doña Lourdes Argüello Castrillo (Managua, 1919-San José, 2001), de padre leonés y madre rivense, –abuela paterna de mi cuñado, Jaime Rafael Mora Rojas–. Así se puede decir que inicié mi interés por las familias de las que he presentado algunos avances y a partir del 2013 trataré más frecuentemente en este sitio web.
Aunque inicialmente solo buscaba los antepasados de doña Lourdes, la investigación se fue ampliando a otros parientes suyos; además, aproveché para rastrear algunas familias costarricenses de reconocida ascendencia nicaragüense, principalmente varias familias guanacastecas. En esta primera visita, que duró un mes, se sentaron las bases de mis futuras investigaciones sobre las familias de este país vecino, de este bosque hermano, cuyos árboles genealógicos están fuertemente entrelazados con los nuestros desde sus raíces más antiguas.
Tradicionalmente, es muy conocido el origen nicaragüense de muchas familias ticas, pero no tan reconocido ni tan difundido es el que muchas familias nicaragüenses tienen su origen en Costa Rica, incluso muchas de las élites tradicionales. De este tema, esperamos escribir en un futuro no muy lejano.
Posteriormente, en distintos años, regresé a Nicaragua, donde he podido completar muchas de las familias que llamaron mi atención o permitieron trazar líneas genealógicas por varias generaciones.
Ciertamente, se presenta un claro sesgo en las familias que he investigado, la mayoría de la época colonial o el periodo independiente temprano, de origen español y la mayoría de las ciudades de León y Granada. Este sesgo responde a que la mayoría de los documentos se refieren precisamente a los miembros de familias de esta categoría sociorracial, a menudo pertenecientes a las élites de ambas ciudades, y ocasionalmente de Nueva Segovia, Matagalpa, Estelí, Managua, Juigalpa y Rivas, entre otras.
Se trata de un importante esfuerzo por visibilizar infinidad de familias poco conocidas por los genealogistas nicaragüenses tradicionales o difundidas con filiaciones totalmente equivocadas. Asimismo, se pretende mostrar que, pese a la destrucción masiva de los archivos nicaragüenses, aún quedan algunos documentos que permiten conocer quiénes fueron sus antepasados, cuáles sus relaciones y su contribución a la historia familiar.
Luego vinieron también mis viajes a Guatemala, en el primero pude investigar en el Archivo General de Centroamérica y el Archivo Histórico Arquidiocesano Monseñor Francisco de Paula García Peláez; en el segundo y el tercero solo pude investigar en el Archivo General de Centroamérica (AGCA), pues el archivo eclesiástico estaba cerrado al público (y aún permanece así). En el AGCA, principalmente, hallé importante información de familias nicaragüenses desde el siglo XVI. La riqueza documental del AGCA para la genealogía de Chiapas, Honduras, El Salvador, Nicaragua y, por supuesto, Guatemala, es invaluable.
En los últimos años, se ha visto un importante esfuerzo de algunos investigadores nicaragüenses por develar esa gran diversidad familiar; citaré solo algunos de ellos: sobresalen el trabajo serio y riguroso del historiador Germán Romero Vargas, quien sin pretender ser genealogista muestra el protagonismo de diversas familias y sigue el rastro por varias generaciones de algunas de ellas; las amplias investigaciones en fuentes primarias de Alan Toney Briceño (la mayoría aún inéditas) sobre las familias de los llamados Pueblos Blancos (Jinotepe y Diriamba), aunque no solo de estos; también los trabajos bien documentados de doña María del Socorro Leiva Urcuyo sobre su familia (investigaciones en proceso que conozco personalmente; en coautoría preparamos un trabajo sobre la familia Barrios de Nicaragua, que esperamos concluir este 2013), los de don Alejandro Montiel Argüello sobre diversas familias de gran relevancia social y la compilación de don Esteban Duque Estrada Sacasa sobre familias vinculadas a la política en el periodo 1821-1850 (con algunos errores que están precisamente en las fuentes utilizadas por él).
Asimismo, destaca la labor prolífica, tanto de investigación como de divulgación, de don Norman Caldera Cardenal; en su conjunto, las investigaciones de Caldera Cardenal son valiosas.
La tradición y las fuentes familiares
No se trata de satanizar las fuentes familiares (casi siempre recopiladas de personas mayores o de apuntes antiguos), sino de verlas críticamente. Por ejemplo, en León vi genealogías del segundo tercio del siglo XIX llevadas en cuadernitos donde las madres o los padres iban anotando las fechas de nacimiento de sus hijos y algunas veces con quiénes casaban años después.
También he visto recopilaciones hechas ya en el siglo XX, que reúne la información fragmentada de familias antiguas; por supuesto, cuanto más antiguos sean los datos recopilados (basados en la tradición oral), más dudosas son esas genealogías. Yo diría que aquellas genealogías recopiladas a principios del siglo XX, que se remontan varias generaciones atrás, son muy confiables por una centuria (si tomamos en cuenta que se podía entrevistar personas de 80 años o más); pero aunque a veces se remontan 150 años, el último medio siglo puede haber inexactitudes y errores de filiación, pues no siempre las personas mayores tienen una memoria exacta y se puede haber entrevistado a un individuo que realmente no tiene un conocimiento certero.
He de reconocer que, en el siglo XIX, algunas familias nicaragüenses conservaban más celosamente la información genealógica que las costarricenses; sin embargo, en Costa Rica tenemos un genealogista como José María Figueroa Oreamuno (1820-1900), quien recopiló las genealogías de decenas de familias del Valle Central que se remontan a la segunda mitad del siglo XVIII y excepcionalmente a periodos anteriores; trabajo para el que usó, primordialmente, la entrevista personal. En Centroamérica, no conozco ningún caso similar. Sobre el trabajo de este polifacético investigador, véase Las genealogías de Figueroa.
Por mi propia experiencia, la tradición familiar permite a veces reconstruir buenas genealogías, dependiendo de las personas a quienes entrevistemos; si tenemos la suerte de entrevistar a los genealogistas de antaño, es una gran fortuna. Cuando digo los genealogistas de antaño, me refiero a aquellos miembros de la familia que tenían una afición por resguardar la historia y la genealogía familiares con gran detalle. Si en cambio, lo hacíamos con algún miembro ermitaño, poco conectado con su familia o fantasioso, podía resultar en un desastre.
Lo que pude comprobar es que la historia familiar se podía reconstruir con bastante exactitud hasta por 160 años (más o menos, esto dependerá mucho de la familia que se investigue y, en buena parte, de la suerte y ahínco con que se aborde el trabajo). En 1984 reconstruí con el método de entrevista a ancianos –principalmente– la genealogía de los Meléndez Ocampo en San Sebastián y Paso Ancho, barrios al sur de San José –la capital–, fundada por Andrés Meléndez y Simona Ocampo, quienes habían casado en esa ciudad, en 1824. Por ejemplo, de ellos dos, solo se conservaba memoria de la abuela Simona (mita Mona, para sus nietos), muerta a fines del siglo XIX, con descripción física incluida (bajita, blanca, rubia y de ojos claros; lamentablemente, la foto que existía no llegó a nosotros), pero del abuelo Andrés, quien había muerto en 1856 (128 años antes), ya ninguno de los entrevistados tenía memoria de él…
Luego de esta primera reconstrucción con fuentes orales familiares, procedí a respaldar lo que había recopilado con las fuentes históricas existentes (partidas sacramentales, testamentos, etc.). Después de este ejercicio, las modificaciones no fueron drásticas en cuanto a los miembros de la familia, pues lo que más había ocurrido era la omisión de algunos de ellos (principalmente aquellos muertos en su infancia, o en su juventud, sin sucesión; aquellos que cambiaron de residencia y se perdió el contacto con ellos; o aquellos omitidos por olvido de los entrevistados –la azarosa memoria humana–).
Asimismo, la separación geográfica y temporal de diferentes ramas de una familia rompe los lazos que pudieron haber tenido: por ejemplo, los Meléndez de San Sebastián y Paso Ancho no se consideraban parientes, ni cercanos ni remotos, de los Meléndez de La Uruca, aunque ambos troncos se unen en 1736. Incluso familias en el mismo espacio geográfico pueden no percibirse como parientes: una pequeña rama de Meléndez de San Sebastián, cuando fueron entrevistados, decían muy claramente que no eran parientes de las mayoría de los Meléndez de la zona (y lo mismo decían a la inversa); no obstante, ambas ramas se unían en 1777, pero ya no había memoria de ese origen compartido. Lo mismo ocurría con la rama herediana más reciente (de la que provenía el historiador Carlos Meléndez), que no se reconocía como pariente de la de San Sebastián… Por supuesto, don Carlos sí sospechaba del origen común –por los estudios de su rama– y efectivamente luego le comenté que su familia y la mía se unían también en 1777.
En cambio, en cuanto la génesis de la familia, las versiones eran variadas y solo una era correcta. Versiones recogidas en 1984: 1) Habían llegado tres hermanos españoles que se establecieron en Costa Rica y dieron origen a la familia (la historia de los tres hermanos, o su variante de los dos hermanos, casi resulta universal en Latinoamérica; ¡y algunas veces es cierta!). 2) Había llegado un señor de El Salvador, quien había dado origen a la familia. 3) El fundador de la familia Meléndez de Costa Rica era nicaragüense. La versión 2 la dio un señor Meléndez que no descendía de los Meléndez Ocampo, pero estaba emparentada con esta aunque él mismo no lo sabía.
Pues bien, la versión correcta era la tercera, la familia Meléndez Ocampo y la mayoría de los Meléndez de Costa Rica procedían del sargento Tomás Meléndez Quiñones (1644-1718), quien llegó procedente de Nicaragua, su tierra natal, hacia 1664, se convirtió en un experimentado artesano, casó tres veces y dejó abundante descendencia en nuestro país.
Cuanto más atrás en el tiempo se remitan los datos recopilados, menos confiables suelen ser…
Énfasis en fuentes primarias
Según mi opinión, en las genealogías sobre familias nicaragüenses se deben dejar de reproducir la tradición genealógica familiar como única fuente y, sobre todo, sin una revisión crítica. Es necesario confrontar tales historias (a menudo con algunas fantasías y ocultamientos), con los documentos que se han conservado, para dar a las familias nicaragüenses una dimensión más apegada a la verdad histórica y a lo que reflejan los archivos. En última instancia, cuando se considere la tradición familiar –que, insisto, tampoco pretendo satanizar–, debería anotarse muy claramente cuál es la fuente de las filiaciones propuestas, por quién fue recogida y cuándo, sobre todo para aquellas que remiten a épocas muy antiguas.
Desde hace algunos años trabajo en un proyecto sobre familias nicaragüenses desde el siglo XVI hasta el XIX, las cuales espero algún día compartir, en esta sección o por otros medios. Entre las familias que he investigado están Cabeza de Vaca, Enríquez de Artía, Zapata, Centeno de la Vega, Vílchez y Cabrera, Barreto, Sarria, Lacayo de Briones, Argüello, Guerrero de Arcos, Guerrero Serrano de Reina, Agüero, Vázquez de Coronado, del Castillo Guzmán, Icaza, Terán, Muñoz, Hurtado de Mendoza, Díaz de Mayorga, Espinoza, Ugarte y de la Cerda.
En mi caso, no suelo llegar más allá de mediado el siglo XIX, por lo que se convertirá en una buena fuente para los orígenes más remotos de muchas familias nicaragüenses y un buen complemento para estudios genealógicos recopilados por las propias familias y que suelen ser más exactos a partir de 1800.
Hemos decidido hacer un nuevo aporte –esta vez por medio de Mauricio Meléndez Genealogías– con un breve estudio sobre la familia Solórzano Irigoyen de Granada, cuyo origen, según la tradición, estaba en Guatemala.
La mayoría de la información que he considerado en este trabajo ha sido recabada en fuentes primarias, sin embargo, cuando se incluyen fuentes secundarias lo señalamos con claridad.
Antecedentes
Según Vivas Benard, en el artículo “Familia Guzmán”, publicado en la Revista del Pensamiento Conservador N°86 (1967), el fundador de la familia que nos interesa fue el capitán don Manuel Esteban de Solórzano, natural de Guatemala, esposo de doña Josefa Vásquez de Hinestrosa, también guatemalteca; hijos, respectivamente, de don Manuel de Solórzano y Medrano y doña Juana Antonia de Ovalle, y el maestre de campo don Gaspar Vásquez de Hinestrosa y Vasconcelos (primer comandante del Fuerte de la Inmaculada Concepción, en 1675) y doña María Rodríguez Bravo de Hoyos. Además, da otros detalles genealógicos de su ascendencia que no copiamos pues todo está totalmente errado.
Esta genealogía equivocada consta también en innumerables trabajos sobre esta familia y en Internet, por lo que hacer un recuento pormenorizado de los textos con el error sería tarea algo tediosa.
En realidad, el capitán don Manuel Esteban de Solórzano, vecino de Granada, quien llegó a ocupar el cargo de alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición, era oriundo de San Miguel, jurisdicción de San Salvador (El Salvador), donde nació hacia 17041; fue hijo legítimo de don Antonio de Solórzano y doña Josefa Vivas y Alvarado, vecinos del mencionado lugar, según consta en su testamento, del que solo se conserva “la cabeza”; es decir, el inicio, en un pleito de tierras de 17972 entre don Juan Ignacio Barrios de Castañeda y el alférez real don Joaquín Solórzano.
En Granada, contrajo matrimonio ya viejo hacia 1756 (quizá un poco antes) con doña Dionisia de Irigoyen, hija legítima del sargento mayor don Juan de Irigoyen, contador oficial real de León, quien murió el 18 de enero de 1732, y doña Juana Lacayo de Briones, quien falleció en la misma ciudad3, el 7 de enero de 1737 (véase Cuadro genealógico N°1). Por los Lacayo de Briones (véase Cuadro genealógico N°2) se vincula efectivamente a este importante familia granadina, una de las más poderosas en el siglo XVIII junto con la Argüello y De la Cerda. Es poco frecuente un primer matrimonio a tan avanzada edad, sin embargo, no hemos podido confirmar si hubo un enlace previo del que no haya quedado sucesión. Lastimosamente, del testamento solo se conserva “la cabeza”, por lo que no consta si casó antes. Lo que sí se deduce es que los únicos herederos suyos fueron los Solórzano Irigoyen.
Doña Juana fue hija legítima de don José Antonio Lacayo de Briones, gobernador de Costa Rica y Nicaragua, y doña Bárbara Rosa de Pomar y Villegas (cuya abuela materna era natural de Cartago, Costa Rica) (véase Cuadro genealógico N°3). Doña Juana casó segunda vez con don Juan de Berroterán.
El albacea testamentario de don Manuel Esteban fue el beneficiado don José Antonio Lacayo de Briones, cura del Real Patronato de Granada, tío de doña Dionisia. También había nombrado como albacea en su testamento al bachiller don Dionisio Chamorro Sotomayor.
En su testamento, don Manuel Esteban cita que es dueño de varias propiedades: hacienda El Trapiche, Santa Teresa, San Antonio, San Juan y El Caracol. Nombraba por sus herederos a sus hijos, citados en el siguiente orden: don Joaquín, don Máximo Ignacio, don Manuel, don Francisco, doña Ángela Gertrudis, doña Ana María y doña María de la Concepción. La mortual, que suponemos se conservaba en el archivo de Granada, constaba de 729 hojas.
De acuerdo con el genealogista guatemalteco Pedro Ramírez Sierra, los padres de Manuel Esteban presentaron información para contraer matrimonio en la ciudad de San Miguel, jurisdicción de San Salvador, según consta en su expediente matrimonial tramitado en 1702 Santiago de Guatemala, custodiado hoy en el Archivo Histórico Arquidiocesano Francisco de Paula García Peláez, en la Ciudad de Guatemala.
Según Ramírez Sierra, en este documento, el alférez don Antonio de Solórzano, vecino y natural de San Miguel, hijo legítimo del capitán don Nicolás de Solórzano y de doña Nicolasa Vélez de los Robles (ya difuntos en 1702), pide autorización para contraer matrimonio con doña Josefa Bernal, natural también de San Miguel, hija legítima del sargento don Esteban Bernal y doña Antonia de Alvarado y Vides (también ya difuntos).
Doña Josefa Bernal, fue luego más conocida como doña Josefa de Alvarado y Vides, o doña Josefa de Vivas y Alvarado.
Por otra parte, gracias a un expediente de 17854 y a otro de 17975, se pudo conocer a los integrantes de la familia Solórzano Irigoyen.
De este matrimonio nacieron al menos siete hijos, todos en Granada, en el siguiente orden6:
José Joaquín Solórzano Irigoyen, nació hacia 1756 (quizá antes); su partida de bautismo no consta en el expediente.
Máximo Ignacio Solórzano Irigoyen, bautizado el 23 de enero de 1758, consignado como hijo legítimo de don Manuel de Solórzano y doña Dionisia Irigoyen; su padrino fue el bachiller don Pedro José Chamorro.
Manuel Francisco de Paula Solórzano Irigoyen, nació el 12 de noviembre de 1758 y fue bautizado el 30 del mismo mes; fue consignado como hijo legítimo de don Manuel Solórzano y doña Dionisia Irigoyen; su padrino fue el bachiller don Pedro José Chamorro Sotomayor.
Ángela Gertrudis de Solórzano Irigoyen, nació el 13 de febrero de 1762 y fue bautizada el 3 de mayo siguiente; fue consignada como hija legítima del capitán don Manuel Esteban de Solórzano y doña Dionisia de Irigoyen; padrino, el bachiller don Pedro José Chamorro.
Ana María Solórzano Irigoyen, nació el 26 de abril de 1763 y fue bautizada el 2 de junio siguiente; consignada como hija legítima del alguacil mayor del Santo Oficio don Manuel Esteban de Solórzano y doña Dionisia Irigoyen; bautizada por el doctor don Pedro José Chamarro, quien fue su padrino.
María de la Concepción Solórzano Irigoyen, nació el 7 de diciembre de 1765 y fue bautizada el 29 del mismo mes; fue consignada como hija legítima del capitán Manuel Solórzano y doña Dionisia Irigoyen; su padrino fue el bachiller don Juan Antonio Chamorro.
Y el hijo menor era don José Francisco de Solórzano, cuya partida de bautismo no estaba incluida.
Varios descendientes de don Manuel Esteban y doña Dionisia llegarían a ocupar la silla presidencial de Nicaragua en el siglo XIX.
Los Solórzano Irigoyen y sus matrimonios
Hemos podido identificar algunos de los cargos que ocuparon varios de los miembros de esta familia, así como los enlaces matrimoniales que lograron (véase Cuadro genealógico N°4).
Don José Joaquín de Solórzano en 1785 ya era alférez real en Granada, cargo que aún ocupaba en 1797; era regidor y alférez real el 20 de agosto de 17887; regidor y alcalde ordinario de la misma ciudad8 el 23 de marzo de 1790; casó con doña María de la Concepción Marenco.
Don Máximo de Solórzano era capitán de artillería en 1797; casó con doña María Antonia Bermúdez.
Don Manuel de Solórzano ocupó el cargo de procurador síndico de la ciudad de Granada en 1785. Ignoramos si contrajo matrimonio.
Doña Ángela Gertrudis fue soltera y testó en Granada, el 12 de abril de 1777, en el cual declaró por sus legítimos herederos a sus hermanos: don Joaquín (a quien nombre por su albacea, junto a don Gabriel Lacayo, “mi tío”), don Máximo, don Manuel, don Francisco, doña Ana María y doña Concepción
Doña Ana María Solórzano contrajo matrimonio con don Pedro de Arrostegui, quien en 1785, cuando ella ya había muerto, se declara su heredero; no parece que hayan tenido hijos.
Doña María de la Concepción contrajo matrimonio en Granada con don José Ramón de la Vega, vecino de esa ciudad e hijo legítimo de don Blas de la Vega y doña Gregoria Chavarría; los padrinos de la boda fueron don Manuel de Solórzano y doña Ana María Solórzano.
Don José Francisco de Solórzano, como se dijo, era menor de edad en 1785; sin embargo, había casado aproximadamente en 1783 con doña Josefa Isidora Pérez de Miranda Chamorro. Valga aclarar en este punto, que la genealogía tradicional nicaragüense, hacía descender de esta pareja al presbítero Camilo Solórzano y a don Vicente Solórzano, lo cual se ha descartado plenamente en esta investigación. Además, añadía a don Maximiliano Solórzano Miranda, cuya identidad ignoro (¿acaso se refería a don Máximo?).
En 1785 se estableció un juicio sobre una hacienda de cacaotal nombrada El Trapiche9, en términos del pueblo de Nandaimito (eso parece decir) que originalmente había sido de don Manuel de Molina y sus herederos (el mayor de ellos nombrado don José Antonio Molina); esta hacienda había sido vendida y traspasada por el capitán don Dionisio Guerrero y su esposa, doña Juana María de Pazos, viuda de don Manuel Molina, en Granada, el 5 de marzo de 1767.
Según la declaración de varios testigos, los primeros dueños de la hacienda habían sido los abuelos maternos de don Manuel de Selva (nació hacia 1721) y doña Nicolasa de Selva –su hermana–; luego, esta pasó a ser de la madre de estos, quien la entregó a doña Nicolasa, como dote, cuando casó con don Marcos José de Arana.
Gracias a las implicaciones que tenía acerca de quiénes eran los herederos, se incluye abundante información de los Solórzano (como las partidas bautismales), que hemos visto antes.
También se citan a varios miembros de la familia Chamorro: don Fernando Chamorro Sotomayor, teniente coronel del Batallón de Milicias de Granada y juez subdelegado de real derecho de tierras, quien fue heredero del bachiller don Dionisio Chamorro y de don Pedro Chamorro, deán de la Catedral de León; el sargento mayor don Jerónimo de la Vega Lacayo, quien llama “hermano” [eran medio hermanos] a don Fernando; el doctor don Francisco Capriles, cuñado del padre don Dionisio Chamorro; don Francisco Antonio Ugarte, regidor y depositario general de Granada, concuño de don Fernando; y don Antonio Ugarte, quien es pariente por afinidad de don Fernando, pues este es casado con una sobrina suya.
En Granada, en febrero y marzo de 178510, también declaran don Bernabé Marenco, de 42 años, quien es pariente en afinidad de don José Joaquín Solórzano, pero no se menciona el grado; Raimundo Borges, de 58 años, “no le tocan” (la fórmula completa era “no le tocan las generales de la ley”, que significaba que no era pariente de las partes en litigio), don Mariano Selva, pariente en segundo grado de Solórzano y en tercero de Chamorro; Jerónimo Castillo, de 50 años, “no le tocan”; Bartolomé Sáenz, de 40 años, “no le tocan”; el capitán Pablo Ruiz Lugo, de 53 años, “no le tocan”; y don Diego Flores, de 49 años, “no le tocan”.
En cambio, en el expediente de 179711, el 19 de agosto, también declara el capitán Miguel Lacayo, mayor de 25 años y pariente en cuarto grado de los Solórzano. Asimismo, se dice que doña María Dolores Hurtado de Mendoza, esposa de don Juan Ignacio Barrios de Castañeda, es hermana política y comadre de don Máximo Solórzano.
Resumen genealógico
A continuación, se presenta un resumen genealógico de la familia Solórzano Irigoyen.
Solórzano Irigoyen (Granada)
I
Cap. Dn. Manuel Esteban de Solórzano (n.h. 170412; alguacil mayor del Santo Oficio; h.l. de Dn. Antonio de Solórzano y Da. Josefa de Vivas y Alvarado, vecinos de San Miguel, hoy territorio de El Salvador) casó con Da. Dionisia de Irigoyen, h.l. Sarg. Mr. Dn. Juan de Irigoyen y Da. Juana Lacayo de Briones.
Hijos:
-
- Dn. Máximo Ignacio Solórzano (bautizado en Granada, el 23 de enero de 1758) casó con Da. María Antonia Bermúdez.
- Dn. Manuel Francisco de Paula Solórzano (nació el 12 de noviembre de 1758; fue bautizado en Granada, el 30 del mismo mes y año).
- Da. Ángela Gertrudis Solórzano (nació el 13 de febrero de 1762; fue bautizada en Granada, el 3 de mayo del mismo año; testó en Granada, el 12 de abril de 1777), soltera; sin sucesión.
- Da. Ana María Solórzano (nació el 26 de abril de 1763; fue bautizada en Granada el 2 de junio del mismo año; muerta ya en 1785) casó con Dn. Pedro Arrostegui.
- Da. María de la Concepción Solórzano (bautizada en Granada, el 29 de diciembre de 1765) casó en Granada con Dn. Ramón de la Vega, hijo de Dn. Blas de la Vega y Da. Gregoria Chavarría.
- Dn. Francisco Solórzano Irigoyen (nació hacia 1767) casó hacia 1783 con Da. Josefa Isidora Pérez de Miranda.
II
Solórzano Marenco (Granada)
Alf. Rl. Dn. José Joaquín Solórzano Irigoyen (regidor y alférez real de Granada 1803; hizo poder para testar a favor de su hijo José Vicente, en Granada13, el 5 de febrero de 1806, año en que murió; en ese mismo mes es citado como alcalde ordinario de segunda nominación en Granada14) casó con Da. María de la Concepción Marenco.
Hijos:
- Subten. Dn. José Vicente Solórzano Marenco casó con Da. Gertrudis Montealegre.
- Pbro. Dn. José Camilo Solórzano Marenco (cura de San Pedro Metapa, 1808)
Solórzano Bermúdez (Granada)
Cap. Dn. Máximo Solórzano Irigoyen (síndico del ayuntamiento de Granada, 1795; capitán de artillería, 1811) casó con Da. María Antonia Bermúdez, h.l. del Comte. Dn. Diego Bermúdez y muy posiblemente Da. Dolores Vargas.
Hijos:
- Da. Josefa Dolores Solórzano Bermúdez casó con Dn. Eduardo Arana.
Solórzano Pérez de Miranda (Granada)
Dn. Francisco Solórzano Irigoyen casó hacia 1783 con Da. Josefa Isidora Pérez de Miranda, h.l. de Dn. Francisco [Pérez] de Miranda y Da. Manuela Chamorro.
- No se conocen hijos
III
Solórzano Montealegre (Granada)
Subten. Dn. José Vicente Solórzano Marenco (alcalde de Granada, 1806; testó en esa ciudad, el 14 de julio de 1806; muerto ya 1810) casó a fines del siglo XVIII con Da. Gertrudis Montealegre Romero, h.l. Dn. Mariano Montealegre (español) y Da. Casimira Romero (costarricense). Da. Gertrudis casó segunda vez con Dn. José del Carmen Salazar Lacayo.
Hijos:
- Dn. Ramón Solórzano Montealegre casó con Da. Juana Reyes Rovira. Con sucesión. Padres de Dn. Federico Solórzano Reyes, presidente de Nicaragua, 1867, y alcalde de Managua, y abuelos de Dn. Carlos Solórzano Gutiérrez, presidente de Nicaragua, 1925-1926.
- Dn. José Francisco Solórzano Montealegre casó con Da. María Dolores Zavala Uscola y Da. Felipa Zavala Uscola. Con sucesión.
Solórzano Guzmán (Granada)
Pbro. Dn. José Camilo Solórzano Marenco (cura de San Pedro Metapa, 1808) con Da. Rosa Guzmán tuvo a:
- Dn. Fernando Guzmán, presidente de Nicaragua 1867-1871, casó con Da. Fernanda Selva Estrada. Con sucesión.
Don Tomás Martínez Guerrero, presidente de Nicaragua (1857-1867), casó con doña Gertrudis Solórzano Zavala. Ella con sus hijos Tomás y Leonor. Doña Gertrudis fue hija de don Francisco Solórzano Montealegre. (Foto tomada del artículo "Madre Albertina Ramírez y su familia", de Pedro Armando Ramírez Sierra, Revista N°11 de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, 2012).
Doña Leonor Martínez Solórzano, esposa de don Alberto Ramírez Briones, e hija de don Tomás Martínez Guerrero y doña Gertrudis Solórazno Zavala. (Foto tomada del artículo "Madre Albertina Ramírez y su familia", de Pedro Armando Ramírez Sierra, Revista N°11 de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, 2012).
Doña Gertrudis Martínez Solórzano, esposa del Dr. Adán Cárdenas del Castillo (presidente de Nicaragua, 1883-1887) e hija de don Tomás Martínez Guerrero y doña Gertrudis Solórazno Zavala. (Foto tomada del artículo "Madre Albertina Ramírez y su familia", de Pedro Armando Ramírez Sierra, Revista N°11 de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, 2012).
Don Federico Solórzano Reyes, presidente de Nicaragua en 1867, fue hijo de don Ramón Solórzano Montealegre, y esposo de doña Rosa Gutiérrez Rivas. (Foto tomada del artículo "Madre Albertina Ramírez y su familia", de Pedro Armando Ramírez Sierra, Revista N°11 de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, 2012).
Don Fernando Guzmán, presidente de Nicaragua 1867-1871, fue hijo doña Rosa Guzmán y del cura Camilo Solórzano Marenco. Sucedió en la Presidencia a don Tomás Martínez Guerrero (esposo de doña Gertrudis Solórzano Montealegre, su prima, según el uso costarricense; sobrina, de acuerdo con la usanza nicaragüense y guatemalteca). (Foto facilitada por Pedro Ramírez Sierra).
Don Carlos Solórzano Gutiérrez, presidente de Nicaragua 1925-1926, hijo de don Federico Solórzano Reyes. (Foto tomada del artículo "Madre Albertina Ramírez Martínez y su familia", de Pedro Armando Ramírez Sierra, Revista N°11 de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, 2012.
Don Alberto Fait Lizano (1928-1997), primer vicepresidente de Costa Rica (1982-1985), hijo de doña Nora Lizano Ramírez y don Andrés Fait Casalvolone; nieto materno de doña Hortensia Ramírez Martínez y don Gonzalo Lizano Guardia; bisnieto materno de doña Leonor Martínez Solórzano y don Alberto Ramírez Briones. Doña Leonor fue hija de don Tomás Martínez Guerrero y doña Gertrudis Solórzano Zavala. (Foto tomada del artículo "Madre Albertina Ramírez y su familia", de Pedro Armando Ramírez Sierra, Revista N°11 de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos, 2012).
.
Bibliografía consultada
Aparicio y Aparicio, Edgar Juan. “La familia Lacayo de Briones”. En Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos. N°5-6. 1971-1972.
Meléndez Obando, Mauricio. Familias nicaragüenses, siglos XVI-XIX. (Inédito y en proceso).
Ramírez Sierra, Pedro Armando. “Madre Albertina Ramírez Martínez y su familia”. En Revista de la Academia Guatemalteca de Estudios Genealógicos, Heráldicos e Históricos. N°11. 2012. Págs. 279-402.
Notas
1) AGCA, A1.30 (5), 206, 1682. En Masaya, el 22 de diciembre de 1745, Cap. Dn. Manuel Esteban de Solórzano, vecino republicano, declara tener 41 años.
2) AGCA. A1(5), Leg. 150, Exp. 1056.
3)AHDL. Mortuales, Caja 1734-1737, Fólder 1735. El padre de Da. Juana es nombrado albacea y se hace cargo de los bienes de la difunta, cuyo segundo marido, el Cap. Dn. Juan de Berroterán, estaba en Guatemala. Dn. José Antonio Lacayo cita la fecha de defunción de su hija y su primer marido. Asimismo, presenta varios testigos que declaran que Da. Juana murió pero dio poder verbal para testar a su padre y a su cuñado Dn. Diego Chamorro Sotomayor y Villavicencio.
4)AGCA. A1(5), Leg. 120, Exp. 873.
5) AGCA. A1(5), Leg. 150, Exp. 1056. Este documento incluye la cabeza del testamento del Cap. Dn. Manuel Esteban de Solórzano, vecino de Granada, hijo legítimo de Dn. Antonio de Solórzano y Da. Josefa Vivas y Alvarado, vecinos de San Miguel, ya difuntos. Nombraba por herederos a sus hijos: Dn. Joaquín, Dn. Máximo Ignacio, Dn. Manuel, Dn. Francisco, Da. Ángela Gertrudis, Da. Ana María y Da. María de la Concepción.
6) AGCA. A1 (5), Leg. 120, Exp. 873.
7) AGCA. A1(5), Leg. 129, Exp. 931. Dn. Pedro de Echeandia, del comercio de España, residente en Guatemala, contra Dn. Joaquín Solórzano, regidor y alférez real, quien le debe 898 pesos.
8) AHDL. Mortuales, Caja de los años 1790-1791, Fólder de 1790. Se cita en una demanda de Dn. Fermín de Salazar, vecino de Cartago, Costa Rica, contra Dn. Javier Pereira, vecino de Masaya, por haberle quitado 4 mulas cargadas.
9) AGCA. A1(5), Leg. 120, Exp. 873.
10) AGCA. A1(5), Leg. 120, Exp. 873. Bernabé declara el 23, Boges y Selva, el 26; Castillo y Lugo, el 28; Ugarte y Flores, el 10 de marzo.
11) AGCA. A1(5), Leg. 150, Exp. 1056.
12) AGCA, A1.30 (5), 206, 1682. En Masaya, el 22 de diciembre de 1745, Cap. Dn. Manuel Esteban de Solórzano, vecino republicano, declara tener 41 años.
13) AGCA, A1.43 (5), 439, 2829. En el juicio de sucesión de Dn. Juan Antonio Irigoyen, se incluye una referencia sobre Dn. José Joaquín Solórzano, quien estaba enfermo en cama y otorgó poder para testar el 5 de febrero de 1806, en Granada, a su hijo Dn. Vicente Solórzano y a Rafael Zepeda. En él declaraba por sus herederos universales a sus dos hijos: Dn. Vicente y Dn. José Camilo Solórzano, este último presbítero. Se menciona que Dn. José del Carmen Salazar era el defensor de los menores hijos de Dn. Vicente Solórzano, quien también falleció. El 24 de junio de 1810 se dice que los hijos del difunto Dn. Vicente son: Dn. Ramón, de 14 años, cuyo defensor es Dn. Carlos Portocarrero, y Dn. José Francisco Solórzano, menor de 14 años.
En realidad todos los datos de los Solórzano se incluyeron porque Dn. José Joaquín había sido albacea del presbítero Dn. Juan Antonio Irigoyen, quien había otorgado testamento en Granada, el 25 de enero de 1803, y otorgó codicilo el 6 de febrero de 1803, en la misma ciudad. Ya había muerto para el 15 de febrero. Muy posiblemente Irigoyen era pariente (¿primo hermano?) de Dn. José Joaquín Solórzano.
14)AGCA, A1 (5). Leg. 421, Exp. 2768. En Granada, el 21 de febrero de 1806, ante don José Vicente Solórzano, alcalde ordinario de segunda nominación, se presenta don Juan Francisco de la Cerda, quien está casado con Da. Juana Agustina Argüello, hija legítima de don Pío y su anterior finada mujer, Da. Antonia Molina.
El bosque hermano
Mauricio Meléndez Obando
Esta sección pretende dar un vistazo a los bosques hermanos, algunos muy cercanos y con los que nos unen lazos inmediatos y también raíces muy antiguas, como Nicaragua y Panamá, pero también a otros no tan cercanos geográficamente, pero no por ello más lejanos, como Guatemala, México o la misma España.
Son bosques llenos de árboles genealógicos centenarios cuyas raíces a menudo se entrelazan; otras tantas veces han crecido separadamente hasta que, finalmente, en tiempos recientes, entrelazan sus copas y generan una sombra más densa.
En la historia de la humanidad siempre ha prevalecido la mezcla, y qué mejor síntesis que América (y no me refiero a Estados Unidos), donde los españoles, los amerindios y los africanos se mezclaron –a menudo en procesos violentos pero algunas veces no ajenos al amor–, una y otra vez, –y todavía hoy, una y otra vez– hasta llegar a nosotros; por supuesto, en el devenir histórico, se han sembrado nuevos árboles genealógicos (portugueses, franceses, alemanes, ingleses, suecos, chinos, etc., etc.), algunos tan frondosos como los criollos y otros que, aunque casi todas sus ramas se han extinguido, han dejado profunda huella en la historia nacional.
Y aquellos lugares con menos mezcla biológica, no son inmunes al “metizaje” cultural, desde distintas áreas, como la política, las artes, las letras, la cocina, la religión, la música y todas las demás manifestaciones culturales.
El gran ideal de Bolívar y Martí, para todo el continente, o de Morazán, para Centroamérica, tiene un sustento histórico-genealógico innegable de historia y orígenes compartidos, aunque sí olvidados por la mayoría… y a veces conocidos pero rechazados por prejuicios nacionalistas esnobistas.
Desde antes de la llegada de los europeos a América, miles de indígenas en todo el continente habían salido de un mismo tronco, y tras el arribo de los españoles y los esclavos africanos, se insertaron –se injertaron, si usamos un término más a tono con esta introducción– nuevas ramas al árbol.
La saga de las primeras personas que llegaron a América está marcada por el éxodo desde las planicies de Asia Central, hace por lo menos 20.000 años, hacia un continente que ellos sí descubrieron y que miles de años después fue bautizado como América. Los análisis genéticos nos dicen que la mayoría de los grupos amerindios están emparentados y su grado de parentesco lo determina el periodo de arribo de sus antepasados.
Su contribución genética es innegable, pues está en cada uno de nosotros; su herencia cultural está en la mezcla cultural que nos caracteriza y, además, también sigue viva en cientos de culturas indígenas de América; aunque ciertamente los españoles realizaron ingentes esfuerzos por eliminar todas las manifestaciones “paganas” (y en muchas casos con éxito: solo hay que recordar la quema de los códices mayas que llevó a cabo fray Diego de Landa, quien privó al mundo occidental del conocimiento milenario que encerraban aquellos).
Luego de la llegada de los conquistadores españoles y portugueses también es posible rastrear familias que están presentes desde México hasta Suramérica (Arias Dávila y Vázquez de Coronado, entre otras), desde México hasta Costa Rica (Alvarado, por ejemplo) o en toda Centroamérica (como los Cerrato).
Es cierto que las fronteras son creadas por los hombres, todos deberíamos sentirnos –como dicen algunos– “ciudadanos del mundo”, porque ya los genetistas han confirmado que todos compartimos el mismo material genético, aunque luzcamos algo diferentes y nos comportemos algo distinto, según el lugar donde nacimos y vivimos.
En un mundo ideal, pero posible, la frase de Mahatma Gandhi nos haría ver muy diferentes:
“Para una persona no violenta, todo el mundo es su familia”.
Y paradójicamente, hasta para los violentos, todo el mundo es su familia… ¡quiéralo o no!
Columnas: